miércoles, 31 de agosto de 2011

Todos los gatos del mundo.

Estoy leyendo La Conciencia de Zeno. El gato duerme a mi derecha. Miro al gato, vuelvo al libro. Con clara influencia borgeana, pienso: el gato está soñando que yo estoy leyendo La Conciencia de Zeno. Pienso otra vez: Si despierto al gato y yo sigo aquí, estoy equivocado. Despierto al gato. Sigo aquí. Algo no me conforma.

El gato me mira adormecido y fastidioso. Sigo: en realidad no es mi gato el que me sueña sino que es una conciencia onírica felina, y basta con que un solo gato se mantenga dormido para que todo siga su curso.

Se lo cuento a Ceci que aparece por la escalera. Lejos de asombrarse, me cita a Borges y me dice que el sueño parece demasiado prolijo, y me pregunta por qué sospecho de los gatos. Porque duermen tres cuartas partes del día. Está bien, me dice Ceci, pero por qué los gatos están dentro del sueño, pregunta.

El gato vuelve a dormirse. Pienso en el sueño del cual es parte, y en la inutilidad de despertarlo para corroborar mi fantasiosa sospecha.

¿Y si despertamos a todos los gatos del mundo al mismo tiempo? - pregunta Ceci y guiña un ojo. ¿En qué se convertirían si ya no son parte del mismo sueño? La veo venir, juro que puedo sentir su hermosa conclusión. Entonces hay un gato que jamás se despierta, el que sueña a todo el resto como un espejo. Si despertamos a todos los gatos, eso sería parte del sueño también. Y como no pasaría nada, en algún momento se dormiría alguno, y punto.

- ¿Sería algo así como un Dios? - pregunto tan tontamente.

- No, Dios es otra cosa, qué estás diciendo - contesta Ceci y me golpea - Además, si fuera así, jamás podríamos despertar a ese gato único.

- ¿Por qué? - y me quiero morder los labios.

Cecia me mira y abre los ojos. Mueve al gato hacia los pies y me pide que le haga un lugar. Sigo con Zeno, su conciencia y su padre que muere. Algo cambió.


Over.

sábado, 27 de agosto de 2011

1914 - 1984

Hoy tendría 97.

Menos 20, nos da:

Amor 77


Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.



Over.

domingo, 21 de agosto de 2011

El tiempo azul de los ahogados.





Elaborar una crítica de La Mujer Desnuda, carece de sentido desde el momento en que la nouvelle entera no permite un análisis formal. Hablar de símbolos, representaciones o argumentos, es cosa reservada para otras obras, en las que justamente los mismos son escasos. De tal modo, ensayar un comentario sesudo sobre la historia, obliga a crear otra, que la acompañe o adorne, que la repita o intente completarla.

Dicho lo anterior, sólo creo podría agregar que La Mujer Desnuda es uno de los libros que más se parecen a un sueño (a cierto sueño), atiborrado de entelequias difusas y superpuestas, personajes que entran y salen sin respeto a tiempos ni estructuras.
Pero estamos advertidos desde el primer momento: el personaje corta su cabeza para luego colocársela nuevamente, y así emprender, desnuda, un viaje por el bosque.

Como dije antes, la nouvelle se enreda (hábilmente) en imágenes y palabras, equiparable a la ensoñación lúcida, a mitad de camino entre la duermevela y el sueño profundo. Y por eso mismo, no puede leerse de a tramos, noche a noche; es ineludible la lectura continua de una sola vez, dos a lo sumo. No existe término medio, razón por la cual las primeras dos o tres páginas colmarán nuestra atención o nos espantarán sin remedio.

Colmada de líneas inolvidables (pero difícil de retener), toda la obra se va hilvanando con una profundidad literaria casi sofocante. Deudora del surrealismo pero alimentada de un romanticismo rioplatense, queda claro que estamos ante un libro que no sorprende pero que nos dejará dulcemente aturdidos por un buen tiempo. Al fin y al cabo, quizás todo se reduce a esta línea enorme: “Poner o no poner la sangre en el desear, eso era todo”.


Over.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Palabritas


Entonces es como un hilo metálico que zigzaguea la carne, blande su tensión y ofrece garras eternas. Ahí llega eléctrica tu cara, tu cara en todas las caras, la mano que me despierta para volver a dormir. Ahí llega la explicación espiral, y de nada sirve, porque es y sigue siendo. El hilo metálico jamás se rinde, ni muerto deja de entrar y salir. Entrar y salir.


Over.

martes, 16 de agosto de 2011

La vara.


Enrarecido el ambiente de nostalgia, busqué mi edición escolar del Martín Fierro que ha soportado las mudanzas. De tapa dura, enorme y con vulgares dibujos de caballos y gauchos, guitarras y fuegos. Y volví a este látigo:


La ley es tela de araña
y en mi ignorancia lo explico:
no la teme el hombre rico,
nunca la teme el que manda,
pues la rompe el bicho grande
y sólo enreda a los chicos.

Y es la ley como la lluvia:
nunca puede ser pareja.
Y el que la aguanta se queja,
pero el asunto es sencillo:
la Ley es como el cuchillo,
no corta a quien la maneja.


Y entendí que la lógica de la fuerza fue perfeccionada por la del dinero. No. Siempre fue poder. Pero hay algo que también se deduce, tarde o temprano, y que es inevitable: en la calle, uno a uno, vence el más rápido y el más enojado.


Over.


lunes, 15 de agosto de 2011

De un lado y del otro.



Qué interesante que resulta observar el comportamiento electoral de nuestra querida Buenos Aires. ¿Cómo acaso puede alguien votar al actual jefe de gobierno, y dos semanas más tarde, votar a la presidenta? El camino ideológico y programático de ambos es tan disímil que hasta cuesta creer que sea real, que haya sucedido, que asombrosamente haya ganado la presidenta en el mismo distrito.

Quizás puedan arriesgarse tres razones.

1) Que realmente la gente vio en Filmus, candidato de la presidenta, a alguien que no representaba sus intereses, ni que sería capaz de llevar adelante un cambio superador.

2) Que Macri, candidato ganador, fuera el indiscutible estandarte de los ideales porteños, capaz de continuar una gestión aceptable y hasta profundizar en esa línea.

3) Que se votó con la certidumbre económica.

Está claro que el último punto incide en cualquier decisión, sí, pero la cuestión es evaluar el peso de esa variable. En este momento, creo tener la certeza de que el electorado porteño ve en Macri a una figura con poco peso, lejos de lo que representa el gobernador en una provincia. No cree que pueda intervenir en la economía real de todos los días, ni tomar medidas que cambien rotundamente el rumbo de las cosas. Ninguna medida tendrá como marco el fondo de la cuestión: la seguridad, la educación, la economía, la justicia o la salud, serán temas administrativos, cuyos pilares fundacionales no podrán ser alterados.

Pensado así, la elección del actual jefe de gobierno tiene un transfondo ideal que no supera su vacío. La opción se ancla en la palabra y la buena intención. Hombre rico, promocionadamente exitoso, capaz de anular la barbarie. Nada importa si la articulación de su discurso es elogiable o si detrás de su verba existe algún logro fáctico. Es, por qué no arriesgarlo, la proyección más cercana a la que aspira el ciudadano tipo: dinero en el banco, una mujer hermosa, un cuerpo esbelto, un futuro sin obstáculos, y poder, ese otro poder que no lo da el dinero ni la fama. El poder político: la posibilidad de mandar en la Ciudad entera.

Dicho lo último, aquí entra la razón del voto esquivo para presidente. En los temas domésticos, la proyección; en los temas a gran escala, la seguridad. A nadie escapa que la gestión del actual jefe de gobierno luce intrascendente si no mediocre, a quien se le deben atribuir los logros, y eximir de los fracasos, siempre culpa del Otro. Y ahí otro ingrediente del ansiado ideal: me amarán por mis frutos, y me indultarán mis miserias, de las cuales no soy el arquitecto sino el sufriente igual que el resto.

Por eso, no se puede analizar esta dicotomía desde un punto de vista ideológico. Hace rato que los pueblos han soltado el hilo conductor de las convicciones, y optan, en cambio, por el seductor consuelo de la seguridad. Las revoluciones no se votan, se ejecutan a golpes, fuerza y error. Entonces la urna promete el status quo de la estabilidad, con sutiles y conservadoras alteraciones. Nada de cambios bruscos que socaven la tranquilidad.

Curiosamente, se han unido en la figura de la actual presidenta, la promesa de lo equlibrado y duradero, con la oportunidad latente del cambio profundo. Un acierto con el que todo político sueña: abrazar mayorías.

Cada uno sabrá por qué votó al actual gobierno nacional. Y ahí está el eje del paradigma. Quien no lo haya hecho, parece disolverse en un canon de buenas intenciones o de oscuridades insalvables. Y las últimas, por cierto, tienden a ser mayoría.


Over.


jueves, 11 de agosto de 2011

Pozo negro


Como quien viene de la noche
quien cruza el regreso
ofrece el olvido
el rencor
siempre
lo mismo
permite el ayer
quien calma la flor
Como quien vuelve y no llega.


Over.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Pozo negro


La serpiente detenida, como fondo de la sala.

No tengo derecho a tu noche, lo sé,
Ya vi los cuervos en tus ojos de niña perdida.
No puedo abrir mi torpe inteligencia ante tu cuerpo,
O tu boca de palabras sin tregua, sin historia.

Sigue detenida la serpiente, arriba en la habitación,
También sobre tu rostro dormido y mi mano.
Pedís algo, en susurros, pero no a mí. ¿A quién?
A quién le armarás el sueño y el rencor.

De qué sirven, ahora, las cartas extranjeras,
El sol a destiempo y mi discurso universal.
Por miedo o por convicción, o por las dos cosas,
Antes de que cese la noche, serás sombra, hueco,
Y yo nada. Nada.



Over.



Pozo negro

Nuestra precaria eternidad medida en años, entonces creamos en esta hora de los cuerpos, interminable hora encerrada para siempre y que sólo eso sea suficiente para aceptar.

Aceptar las palabras que muerden tus labios y me acarician hasta lastimar. Hasta condenarme a no soltar jamás ese minuto. Hasta reventar de presente toda mi existencia. Vivir el hoy como el final del embudo, sin detrás ni delante: un espejo imposible, a oscuras, persiguiéndome a traición.



Over.


domingo, 7 de agosto de 2011

Submarine

La adolescencia, es, también, la última estación de iniciaciones; comienzos más contaminados que en la infancia, pero sólidos como para ser alumbrados en retrospectiva. Eso sí, después de ese tiempo no hay cambio posible, más bien un ejercicio de fuerzas que intenten sostener cierta clase de equilibrio. En otras palabras, se sufrirá por lo mismo, será igual el tono de la honestidad o de la despreciable miseria, el de la generosidad o la avaricia.

En Submarine, se propone una mirada con cierto desfase. A los quince años se puede vivir, sufrir y hasta pensar parecido al protagonista, pero aún así, no se tiene ese grado de ironía y análisis con la que evalúa su existencia. Está claro, la película la narra alguien mucho mayor, y se nota.

No obstante, estamos ante un film exquisito, con las rémoras del humor inglés pero con la profundidad francesa, si se quiere. Y ahí está el eslabón con la famosa nouvelle vague, no sólo en la estética o la fotografía; no, está en los diálogos, las miradas, la cadencia de la infatuación adolescente, entre tímida e incontenible.


Ante la repetida crítica de falta de argumento, sólo puedo agregar que es relativamente sencillo realizar una película con una trama sólida; ahora, rodar un film con un tema sin ninguna originalidad, y que a la vez sea elegante, inteligente y gracioso, eso sí que es para pocos. Muy pocos.

Más allá de la gran actuación de Craig Roberts, yo creo que el papel de su padre y de su novia, son los mejores del largo. Y en realidad, creo yo ver en la historia, más que una dualidad entre la adolescencia y la adultez, la inevitable repetición de emociones y problemas que se declaran a partir de esa edad, y que tienden a resolverse de un modo similar.

Los adultos, para la película, tienen 38 años. El padre está deprimido porque no sabe qué hacer con su vida, su odiado trabajo y los problemas de pareja. La madre está aburrida y encerrada en la rutina de un trabajo irrelevante. Los vecinos pregonan la felicidad con recetas mágicas y esotéricas. Los padres de la novia gritan de impotencia. Suena a historia repetida, ¿no? Los años giran, sí, sospechosos de recreación y copia.

El Soundtrack es perfecto. El disco de Alex Turner será inolvidable. O ya lo es.

Over.


PD: Querido Oliver, yo también leo diccionarios.



miércoles, 3 de agosto de 2011

Gira.

En mente hay que conservar la rueda en su eje. Girando.

Es enorme la rueda, parece no volver, pero vuelve. Rápido, más lento, fuerza otra vez. Puede ser la misoginia en clave de reacción, de opio infalible. Pero falla. O el aislamiento emocional que recorre noches de barro, livianas. Agudas. Falla también.

Ahora ya no veo personas, sólo sus bocas diciendo las palabras, todas las historias iguales con cambio de actores. Alteración de comienzos, caminos más o menos sinuosos, finales. Finales.

Yo ahora escucho palabras, miles de palabras que cuentan lo que ven, lo que dominan, lo que pierden, lo que dejan. Antídotos para todo, falsas recetas empíricas, la ineludible necesidad de padecer.

Sólo palabras, sólo historias de otros, aplastadas sobre mí para contrastarlas. Todo para ajustar el miedo a perder el asombro. Cuando sé el camino, la dirección, la clave, ahí es cuando muero. Me muero fácil. Pero un momento antes, levanto la mano y tiro la piedra para que me golpee.

Estaba por morirme, sentado en una esquina extranjera, con gente que llevaba bolsas y escribía mensajes en sus teléfonos y miraba maniquíes. Una fuerza irremediable me convencía a unirme. Entonces me detuve, me senté y vi los semáforos.

La luz roja detenía a los coches. La verde los dejaba pasar. No había barreras ni muros. Eran luces que detenían.

Símbolos y signos.

La prepotencia de un color, la aceptación de su designio y el fugaz discernimiento de su poder: freno porque si no, mato a alguien. O freno porque a esta luz roja le corresponde otra luz verde que permite el paso, y si sigo, choco contra la otra corriente de coches. O freno porque si sigo, cometo una infracción que se traduce en dinero. O freno porque me miran los ojos que miran el color de los semáforos. Y si me rebelo, si no acato su poder invisible, el resultado se vacía. La revolución vacía contra un poder acertado.

Yo estaba sentado ahí, hundido en la multitud, pero pensaba. O imaginaba, que no es más que pensar sin rumbo, pero atento.

Nublaba la vista y eran bloques de colores que aceptaban la imposición de freno o avance. Colores contra colores.

Yo era otro color que miraba, frenado, el resto de la acción. Reducido a mi mente, extasiado por todo y por todos.

Son mojones. Volvés hacia esos señaladotes de tiempo y en realidad es todo un bucle que avanza poco. Ahora, por ejemplo, volví a enredarme en esa escena, y estoy ahí. Estoy ahí, suponiéndote en una hora sobre mi boca, urgente de cuerpo.

No me he movido todavía, y escucho tu risa de amor, tus párpados arrastrando mi voluntad, logrando mi avance. Mi freno. Mi avance.

En mente hay que conservar la rueda en su eje. Girando.


Over.



lunes, 1 de agosto de 2011

Esa foto.





La vetusta y derribada idea de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo, parece tener, todavía, más fuerza que el ejercicio real de evaluar y decidir. Había tantas propuestas, tantas posibilidades. Y sin embargo, ahí va el resultado de votar en contra de alguien.
Habrá que analizar el registro de culpas. A-na-li-zar.

No sé porqué, todo me lleva a esa falacia que propone que quien está a favor de la despenalización del aborto, automáticamente desea que la gente aborte a sus niños. No hay vacuna con el vacío de ideas. Ni va a haber.

Ojalá que todo sea para bien, como dice la abuela.


Over.