Lina vivía en una casa enorme. La cocina daba a un jardín de
invierno que su madre cuidaba todo el tiempo. Lina fumaba todo el tiempo. Lina
nos miraba a Tini y a mí y, masticando humo, nos decía: Siempre con esas plantas,
se termina mimetizando, pudo ser una gran mujer, todo es culpa de papá. O de
ella. Voy cambiando las culpas con el tiempo.
Tini me largaba sus ojos de hartazgo. Yo le contestaba con
indiferencia. Después nos íbamos al parque a perder el tiempo.
Aquella vez, Tini habló del basilisco. Es como un ser mitológico,
que según dicen, te podía matar con la mirada.
Lina dijo que le sonaba a varias mitologías. Tini preguntó
cuáles, pero Lina dijo no recordarlas en ese momento.
Tini agregó: Es como una serpiente con alas, y con cabeza de pájaro. Qué
fantasía tan eterna, ¿no? Cualquiera dice eso de “te mató con la mirada”. Sólo
que éste te mataba en serio. Qué bueno tener ese don.
Lina tosió dos veces y pisó el cigarrillo. “No, sería
terrible, lo que mirás se muere, o vivís con los ojos cerrados o terminás como
Edipo”.
Sería como el mito del Rey Midas, por lo del don falsamente
positivo, digo.
Lina encendió otro cigarrillo y Tini deslizó un “puede ser”.
Cuando volvimos, buscamos unas fotos de ese basilisco. Al final no las
encontramos y terminamos jugando al dominó. Y yo perdí. Y Lina ganó.
Over.