sábado, 8 de agosto de 2009

Yo quiero ser.

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Quizás sea, como suele ocurrir, más difícil explicarlo que vivirlo. A ver, tomando lateralmente la teoría de Bourdieu, la illusio podría dar respuesta al aparentemente inefable fanatismo por ciertas actividades sociales. Por ejemplo, cuando alguien sufre o se euforiza por el resultado de su equipo de fútbol, nosotros, los que no participamos de esa respuesta, nos asombramos hasta el paroxismo.
La solución radica en esa illusio que cito, esa participación dentro de un campus (vuelvo a Bourdieu), los lazos que unen a esos agentes que se mueven dentro del grupo. Participan de la illusio, los une, los amalgama, y quien no ingresa en ese sentimiento, no comprende nada.

Ahora bien, por qué se produce esa “Illusio”. La respuesta es simple: no importa. Lo que importa es el comportamiento dentro de ella, el alimento que la mantiene viva, la condición de intensidad y devolución que posee.

Volviendo al fútbol: si el equipo gana, nos enorgullece, alimenta nuestro capital. Si pierde, alimenta nuestra entrega ante la derrota, nuestro apoyo incondicional. Entonces, los colores, las banderas, la cantidad de aficionados, el grito de aliento, todo eso mantiene vivo el capital que acumulamos.
Por eso, cuando un jugador desprecia al club al que pertenece, o se descubre un fin exclusivamente mercantilista y de transacción de un sujeto para con el club en cuestión, ambas personas son denostadas y hasta agredidas por intentar herir o socavar los cimientos de la illusio por todos adorada.

Bourdieu habla de campos, de capital y de habitus, pero no acentúa la inevitable necesidad de identificación del yo con el Otro, claro que con un efecto pigmalion exacerbado. Ahí afuera marcamos un destino, una meta, una posibilidad de nosotros mismos; una posición anhelada, un capital a ser resguardado a toda costa.

Por lo tanto, la illusio es una forma del deseo, por un lado, y de la imposibilidad del mismo, por otro. En otras palabras: quiero ser lo que sé que no puedo ser, pero tengo una manera de convertir mi deseo en realidad a través de una fantasía desdibujada. No podemos ser tantos los que sentimos “mal”. Así se va moldeando nuestra entidad de vida más visceral: las ganas de seguir siendo.



Over.


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