martes, 23 de marzo de 2010

La media res

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Entonces hay que destruir la cosa amada, sustituirla por la insignificancia de la ausencia. Rebajarla al olvido. ¡Pero nada de completar agujeritos!; menos aun dejar que se imponga una posibilidad de ese objeto del deseo. Porque detrás del espacio rellenado siempre subyace el molde primigenio, y esa nada que se cubre termina siempre mostrando los bordes, algo sobresale y molesta.

La cosa amada va más allá de los cuerpos, trasciende esa necesidad física, se transforma en un bálsamo que nos va llevando de las narices hacia donde quiere. Volvemos siempre al mismo sitio y exigimos el mismo discurso, un discurso que se apaga apenas termina. ¿Me querés? Qué importa tu “sí” o tu “no”, volveré a preguntar, porque estoy perdido y no me sirve lo que me decís, no te estoy preguntando nada, estoy confirmando mi insatisfacción.

Hay que soltarse de la cosa amada para poder reconocerla de nuevo, quemarse y salir corriendo. A veces se necesita un poco de voluntad y suerte, pero a decir verdad, lo más probable es que lleve toda la vida. Mientras, vamos a negar el agujero, lo vamos a disimular con telarañas y sexo, con la esperanza de que algo cambie sin nuestra intervención. Juraremos que la ceguera es falta de luz, una densa tiniebla que ya se abrirá.

La res amada. La res cogitan. La res extensa. La no res. La sustancia del amor, traficada por los cuerpos, y encima explicamos mil veces lo inexplicable. Abro la mano, sí, pero me aferro con la otra. Siempre.


Over.

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