miércoles, 1 de diciembre de 2010

Amor se fue.






Nos llega el sushi y el hikikomori, la civilidad y la xenofobia, la tradición y la barbarie, la ideología y la explotación. Todo nos cae desde esa otra tierra que llamamos mundo, hasta aquí, al sur del continente. Argentina.

En Argentina no hay casa “okupadas”, más bien están “ocupadas”, o mejor dicho, tomadas. Y en general, no hay ningún espíritu político-existencialista detrás de esa acción: todo es más crudo, es la lucha por un techo, vaciada de contenido (si es que se puede decir tal cosa) y no rara vez explotada por algún embustero. Si a alguna familia que ocupa esa casa, se le ofrece otra vivienda digna, simplemente se va. No es ni peor ni mejor, es así.

Del mismo modo, en el siglo que pasó, el anarquismo es un movimiento que no tuvo anclaje en nuestras pampas; aquí se eligió la guerrilla, la revolución armada con una sustentación de izquierda que iba desde un socialismo benefactor, a un comunismo más radicalizado. La explotación del individuo y la concentración espuria de capital, tuvo como réplica la sublevación armada, y no había lugar para un individualismo del tipo anárquico. Había que resolver muchas cosas antes. Que siguen sin resolverse, claro está.

La historia de María Soledad Rosas (que cerca de la “Morales”, dios!) es conocida por todos: la chica bien que se fue a Italia y se juntó con okupas y terminó presa y se suicidó y su nombre está en las remeras. La historia es simple y podría terminar ahí. Sí, porque al abrirse, se corre el riesgo de destruir el símbolo, y eso, (sin quererlo, claro está) puede ser el resultado de la lectura del libro de Caparrós.

Las primeras 100 hojas del libro, intentan demostrar que María Soledad era una chica del barrio norte porteño, que iba a un colegio privado, que era más bien retraída y no demostraba ningún rasgo especial. Es decir, una de las cuatro o cinco variantes básicas de la adolescencia. La idea era marcar el contraste, demostrar que cualquiera podía ser esa María Soledad. Mal hecho, se dice y punto, no se gastan 100 hojas.

Algo parece cambiar a los 18 años. A través de una amiga, María Soledad se dedica a pasear perros, consiguiendo así una muy buena entrada económica, por un lado, y el disgusto de los padres que no veían el rumbo que suponían para su hija. Otra historia repetida, pero aunque sea intenta definir un poco el perfil. ¿Más? Una chica linda y bien, se pone de novia con un chico feo y malo. Seguimos de manual.

Todo se precipita en un viaje a Brasil junto a un novio. Ahí está el quiebre, si se quiere, una punta del ovillo que comienza a tomar forma. Una casita en un pueblo perdido cerca del mar, un proyecto de vida bien diferente. Pero algo se apagó en medio, y ese viaje fue suplantado por otro a Europa, más precisamente a Italia.

Lo que vino después es tan simple como espectacular, tan poco diáfano como puede ser una casualidad en la vida. La casualidad es el suave nombre con el que se encumbra a la estadística, y esta última, seamos francos, rara vez opera sin nuestra intervención.
Dicho lo último, resumo: Sin saber lo que es un okupa, lo que es un anarquista, sin haber leído en su vida el Capital ni haber escuchado de la Internacional, sin ni siquiera haber leído sobre la vida del padre Mugica o las monjas francesas, ella, María Soledad, entró en una casa okupada de Turín y como suele pasar con el amor real, todo dio un vuelco atroz. En pocos meses, la causa anarquista se coló a través de su piel y le regaló un sentido vital.

Nada es sorprendente, la vida es aguda, se impulsa sobre un filo, cobra sentido así, de golpe. Casa compartida, cultura vegana, manifestaciones contra el poder, fiestas comunitarias, desconocimiento de cualquier autoridad, propiedad privada inexistentes, pequeños robos de comida, naturaleza. Anarquismo de estos tiempos que suman a su ideología (que curiosamente no es tal) el concepto de lo ecológico y del respeto por lo natural (ya esto último es terreno fangoso).

El libro hay que leerlo, es urgente como lo marca el título, es interesante como lo es toda trama trágica: operación montada por el Estado, tres perejiles convertidos en terroristas, dos suicidios, y la estela de un héroe que muere por amor y por injusticia.

El libro hay que leerlo, dije, pero siento que se rompió un símbolo para acceder a su estructura. No hay nada, detrás d María Soledad Rosas no hay absolutamente nada que esté a la altura de lo que terminó representando. Es conmocionante, es aterrador, moviliza, pero siempre desde la figura, desde la proyección de una lucha. Amor se fue.






Over.

No hay comentarios: