viernes, 31 de diciembre de 2010

Amrita, el néctar divino

Quizás esté bien la palabra “mood” para nombrar esa levedad necesaria para transitar alguna novela de Yoshimoto. No es ni un código ni una postura, es tan sencillo y tan complejo como la aceptación de esa liviandad de espíritu. Y no siempre se puede. Y no siempre se debe.

Amrita es una novela cuya interpretación se fagocita al texto, razón por la cual hay que, imperiosamente, detenerse ante el símbolo y aprobar la construcción de un texto más bien simple, inscripto en la tradición existencialista y centrado en la respuesta de la juventud ante la muerte, el cambio, o la simple diferencia ante lo que juzgamos mayoritario.

La historia es tal cual se adelanta en la contratapa: Una joven tiene un accidente que le provoca la pérdida de la memoria, la cual va recuperando lentamente. A su vez, su hermana, actriz y hermosa, se suicida, y el novio de ésta termina saliendo con ella misma, con tanta naturalidad que hasta se percibe que termina ocupando el lugar de su hermana. Por otro lado, el hermano menor sufre de algún tipo de trastorno de angustia con extraños poderes anticipatorios, situación que lo lleva a internarse, todo condimentado por la aparición de seres cuya espiritualidad entra en conflicto con lo real.

Suena bien. Por momentos (más de lo aceptable) se hace tedioso o demasiado básico. Algunos pasajes son claramente intrascendentes. Es más, hacia el final de la novela, cuando estaba todo dicho y terminado, aparecen dos nuevos personajes que extienden innecesariamente la novela.

Es, a todas luces, una obra irregular, con momentos que van empujando la lectura en medio de otros que inquietan con su anodina arquitectura. Elijo, sin dudarlo, Kitchen o Sueño Profundo, de una factura falsamente menos oscura, más bien con el peso justo de la ingravidez que la autora maneja con plausible ductilidad.


Over.

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