martes, 4 de enero de 2011

Ver.








En mi año de teología (esa ciencia que después se degradó en catequesis, educación en la fe, evangelización, etc.) me la pasé escribiendo letras para canciones y comienzos de novelas que nunca comencé. Quien estaba al frente de la clase nos habló el primer día: chicos, yo sé que a más de la mitad de los que están acá, esta materia no les interesa. Les pido que intenten tomarlo como una posibilidad de aprendizaje histórico, y que dejen de lado la religión. Simple.

Simple, hasta que un día escucho sobre “lo natural”, la tendencia hacia el bien y castigo ante la desviación de ese camino. Azuzo: “Supongamos que Hitler creía que hacía el bien, que dentro de su sistema del bien y el mal, él estaba convencido de su accionar beneficioso, si ontológicamente él los evaluaba de otro modo, entonces no debería ser castigado por cometer un pecado.” Está claro que decir “Hitler” y decir “no deber ser castigado” es suficiente para el alboroto.

Sin dar vueltas, la profesora dijo: “es que hay ciertos parámetros de lo que está bien y de lo que está mal, se puede tomar una medida desde lo natural como el bien y lo antinatural como el mal”. Se terminó la conversación. Ahora la retomo porque acabo de ver “La Mirada Invisible”, la última peli de Diego Lerman, basada en la novela de Kohan, "Ciencias Morales."

En primer lugar, hacía rato que no veía una película que respetara la novela de la que provenía y a su vez la adaptara sin restarle valor. Un logro poco habitual. Muy poco habitual.

La película (o la novela) se desarrolla en el Nacional Buenos Aires, uno de los colegios secundarios más prestigiosos y tradicionales de la Argentina. Estamos en 1982, a meses del inicio de la guerra de las Malvinas, todavía con el sudor pegajoso de la dictadura militar más sangrienta que tuvo el país en su historia. El esquema de represión y adoctrinamiento está aún en ejercicio, con la educación castrense tiñendo las aulas con su inoportuna marcialidad.

La preceptora está magistralmente interpretada por Julieta Zylberberg, con el rigor adecuado en todas sus facciones pero con la sutileza de quien siente en sus entrañas la oscuridad de lo que se reprime.

El jefe de preceptores inquieta con su voz, se hace temer, y en su discurso se termina de entender el puesto al que ha llegado de la mano de los dictadores.

Casi todas las relaciones parecen enfermizas mientras se desarrollan dentro del sistema autoritario y delator (de hecho lo son, claro). Ahora, fuera del sistema hay el anhelo de algo que puede crecer libre. De hecho, hay una escena en la que se destaca Zylberberg: en su turbada persecución de un alumno, le revisa el bolso y le encuentra una cinta de una banda de rock. Compra el disco y lo escucha en su casa, con su cara imperturbable, pero su cuerpo se empieza a mover con una enorme timidez, sólo, sin nunca haber aprendido. Hay que verla.

Es una muy buena película, cuya simple trama es suficiente para conmover, para observar desde lejos ya (o no tanto), un tiempo que parece irreal y que no lo fue.

Over.

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