sábado, 19 de febrero de 2011

Estaba furioso.

La distancia (una forma del tiempo, tiene Ud. razón) margina, corrige y altera. La urgencia del presente termina censurando a la realidad, pero nada puede contra su frescura. Ese grito fuera de lugar anula nuestra inocencia, y será su reproche la perpetua condena que el rencor no suelta, jamás. Leo lo que sigue. Estaba enojado. La emoción no se instaura nuevamente, porque toda pasión es patrimonio del ahora, eso es ley. Está bien, pero llega desde el recuerdo, la palabra como arma, como sustitución del grito callado. Como noble souvenir de lo ido para siempre.


Gris y distante, como un pez que se resbala, como un sueño que cuanto más se busca más se escabulle en la desesperación de ser olvidado. Disparo palabras buscando su caída, esperando que se rompan en mí. No. Busco la palabra que reúna todas las cosas que dilato entre tanta línea. Supongo que algo me perdí, que vi ciegamente algunos pasajes, que yo te buscaba y vos te buscabas, que te buscábamos, pero que no nos buscábamos. ¿Qué infierno te figuraste?

En la noches, son como relámpagos de tu rostro, luces que me encienden los ojos y me dejan sin respiración. ¡Calláte! ¡Calláte! Y el círculo de voces que me estorban, que me hablan y se callan y vuelven a hablar. Pero ahora sos un cúmulo de inexistencias refugiadas en la nada que nos une, en ese pasado al que le mezquinás cuidado, y también soy yo, eso también soy yo.

Sos silencio, noche y vértigo. Entonces se me da por pensar que cuando te caías entre mis líneas J’écrivais de silences, des nuites. Je fixais des vertiges. Y la verdad, que hay como un vestigio de traición, todo amor es una traición dormida, ¿no?, ¿estarías de acuerdo con eso? Después es esta amplia y vasta espera tan cercana a la burla. A su vez, es curioso ver cómo la lenta sordidez va marcando territorio hasta limar minuciosamente todo rastro de felicidad. Es así, viene en avalancha, no hay cartelitos que te van avisando. ¿Desde dónde te escribo? Una lucha de contrarios me ha tomado como escenario. Me escapo de lo frívolo, de lo simple, de lo práctico.

Me muelo a golpes con el demonio, le quiebro las piernas, lo baño en su propia sangre. Pierde, siempre pierde. No debe ser con él. ¿Con quién? Parece como si hubieras llenado de hastío y turbiedad nuestro andar, nuestro tiempo. ¿Qué infierno has forzado? Nuestro días han sido rebajados a limosnas de un dudoso amor.


Over.


PD: La última oración es desoladora. No sé por qué me causa gracia. Una gracia que no reconozco, por supuesto. Hay furia, ya degradada, ciertamente, porque todos aprendimos que la angustia antecede o precede al enojo.
Y la intertextualidad de las palabras de Rimbaud, en aquel momento me habrán hecho sentir su necesidad de escribirlas. Hoy las sacaría, no sé, sobran al mismo tiempo que le quitan rabia al texto. Creo, bah.

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