miércoles, 9 de febrero de 2011

Hasta que caigan



Es viejo y no lo conocía. Dice el proverbio: “La justicia es como la serpiente, sólo muerde los pies descalzos.” Se lo atribuyen a diversos autores. Ya no es de nadie.


No es de nadie, pero todos sabemos que eso que llamamos justicia no es más que un deseo abstracto que intenta materializarse en un corpus llamado Derecho.

Es decir, toda una mascarada que nos mantiene relativamente mansos, tibiamente inoperantes, bobamente felices.

Anudado al cruel axioma que insiste con la supremacía del más apto, existe un símil con la población de débiles y pobres que atoran las cárceles, esas cajas llenas de réprobos que incluyen una asombrosa minoría de hombres y mujeres malos. Hablo de la Maldad como base del delito, como algo previo que lo contiene más allá del acto.

En un sistema basado en el dinero y en la acumulación de capital, “gana” quien más acumula, y “pierde” quien menos posee. De esa simpleza, nacen las tribus dominadoras con sus gurúes todo terreno, y los saldos humanos que sirven tan sólo para engrosar el contraste.

Imaginemos un ideal en el que todos tuvieran millones de dólares, ¿qué diferencia habría con tener diez o veinte veces menos? Están los que dicen “igualar para arriba y no para abajo”. Al margen de que la frase esconde una velada discriminación, cuando es igual, no hay diferencias, no hay ni arriba ni abajo. Ninguno de esos falsos profetas del bien generalizado, soportaría que todos sus congéneres tuvieran su mismo coche último modelo, dando por tierra esa “igualación hacia arriba”, que no es más que la ilusión de que como el que está a mi lado no está en tan mala situación, yo voy a estar seguro y en paz. Seguro y en paz.

Más allá de las discusiones insensatas, aquellas en las que los puntos de vista no alimentan conclusiones integradores sino que más sirven para marcar un territorio intransitable, existe un punto en el que mi desasosiego encuentra fundamento. ¿Por quién y para quién peleo? Si yo lucho por un mundo en el que todos seamos más justos, de qué me sirve no tener en cuenta que la mayoría no quiere tal cosa. ¿Se debe imponer a la fuerza la generosidad? Si yo soy un socialista empedernido, de qué me sirve ganar elecciones para gobernar a una mayoría a quien no le interesa el bien común.

Mi reflexión, nada original, no hace más que hundirme en el pensamiento de Schiller, aquel esteta del individualismo con base en la acción como acto definitorio y final. Bien cerca del apotegma que indica que salvar a una persona es salvar a la humanidad. Pero nunca salvarse, como decía el uruguayo, y eso se aprende rápido o no se deja.

Habrá que cerrarse y encender la usina desde adentro, que se acerquen por calor o por curiosidad. Aislar al que corrompe existencias, marcarlo y no permitirle nuestra luz. Que la presa de la injusticia luche contra algo menos poderoso. Habrá que asumirse como escudo, como trinchera y como señuelo. Hasta que caigan por propio peso.

Que la serpiente siga mordiendo en el aire, hasta agotar sus mandíbulas y rendirse. Habrá que hacer eso.


Over.



2 comentarios:

Unknown dijo...

Morder la cabeza de la víbora y escupirla.
Saludos.

David dijo...

La justicia está allá, al final del camino (o en la concha del mono, como dice un viejo) cerca de la felicidad, un afán.

Algunos profesores te dicen que LA JUSTICIA (como ordenamiento jurídico) está dirigida a defender la propiedad, al que posee... El que no tiene posesiones o propiedades que la mame.

Yo todavía creo en las convenciones; pequeños acuerdos para no matarnos, para cazar juntos, para acobijarse en la noche. Un iluso.

De todo modos, hay que revisar el camino que hemos recorrido a lo largo de éstos siglos.