martes, 4 de junio de 2013

Releer Los Pichiciegos





Releer Los Pichiciegos, casi diez años después, confirma sensaciones pero no evita en el lector (en mí como lector), tejer todas las lecturas y vivencias aumentadas en ese mismo lapso.  Sucede que los hechos y las palabras no se han alterados, como tampoco los símbolos, sí, pero estos últimos se cargan con nuevas fuerzas y sentidos. Ahora bien, lo que no puedo evitar, es haber nacido en este país, Argentina, y que las dimensiones que construye la narración, serán inequívocamente parciales. O particulares. O subjetivas. Algo que no cambia su poder, simplemente lo posiciona en un lugar, como a casi todo lo que sucede a nuestro alrededor.

Recuerdo el título allá por el año dos mil. Lo primero que me llegó es la palabra “pichi”, que en nuestras tierras viene a nombrar al principiante de manera casi despectiva. Pero lo palabra “pichiciegos”, así, completa, refiere al animal que vive bajo la tierra, en cuevas que construye a tal fin, y que siempre anda de noche. Entonces, armamos el argumento de la novela con preciosa facilidad: Un grupo de soldados que participan de la guerra de Malvinas, desertan y se refugian en una trinchera o cueva, que la han de llamar Pichicera, e intentarán sobrevivir hasta que se termine la contienda, tranzando víveres y demás cosas necesarias, con el enemigo, en este caso, los ingleses. Hasta que la guerra termina, la pichicera se termina y fin.

Sí, todo lo anterior, espejando la sustancia real. Por qué no pensar que esa dócil trama no es más que la interpretación de otra realidad, tan grave esta última que debe ser predigerida como ficción. ¿No son los desertores, acaso, la representación moral de los superiores que mandaban al muere a esos soldados impuestos? ¿No es peor defender la patria cuando esa patria es el terreno del mismo enemigo? ¿No es la noche y la cueva, un refugio contra el hostil gobernante?

No es menor que la novela fuera escrita por un argentino, en las postrimerías de la peor dictadura militar de su país. No es menor, estamos de acuerdo, pero la interpretación puede superar o desdeñar ese dato, y lejos está de ofrecer una inferencia unívoca.

Ya abunda el análisis formal de la novela. Aquí y allá han escrito sobre el texto. Creo no haber leído una mención de relevancia sobre la escena del gusano que es adoptado como mascota, hecho que refleja y condensa toda la intención del autor. Ese final que sepulta todo la emoción vivida, para que sólo haya un testigo de lo sucedido. Para que un eslabón cuente la historia que no sale en los diarios ni se sueña en las peores noches. 


Over.   

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