
Recuerdo el título allá por el año dos mil. Lo primero que
me llegó es la palabra “pichi”, que en nuestras tierras viene a nombrar al
principiante de manera casi despectiva. Pero lo palabra “pichiciegos”, así,
completa, refiere al animal que vive bajo la tierra, en cuevas que construye a
tal fin, y que siempre anda de noche. Entonces, armamos el argumento de la
novela con preciosa facilidad: Un grupo de soldados que participan de la guerra
de Malvinas, desertan y se refugian en una trinchera o cueva, que la han de
llamar Pichicera, e intentarán sobrevivir hasta que se termine la contienda,
tranzando víveres y demás cosas necesarias, con el enemigo, en este caso, los
ingleses. Hasta que la guerra termina, la pichicera se termina y fin.
Sí, todo lo anterior, espejando la sustancia real. Por qué
no pensar que esa dócil trama no es más que la interpretación de otra realidad,
tan grave esta última que debe ser predigerida como ficción. ¿No son los
desertores, acaso, la representación moral de los superiores que mandaban al
muere a esos soldados impuestos? ¿No es peor defender la patria cuando esa
patria es el terreno del mismo enemigo? ¿No es la noche y la cueva, un refugio
contra el hostil gobernante?
No es menor que la novela fuera escrita por un argentino, en
las postrimerías de la peor dictadura militar de su país. No es menor, estamos
de acuerdo, pero la interpretación puede superar o desdeñar ese dato, y lejos
está de ofrecer una inferencia unívoca.
Over.
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