miércoles, 29 de abril de 2009

Fue la hora.



Porque tenés los dientes torcidos, salís en todas las fotos con la boca cerrada, con la sonrisa triste del que se ríe por necesidad.

Y los chicos van al mismo colegio que fuiste vos, y la madre de la mejor amiga de tu hija te dice que sí, que aumenta todo y que su esposo quería ir al Tigre el sábado pero que al final tiene que trabajar.

Y siguen las fotos en las que se te nota aquel verano en Lagoinha, esa tarde, ya casi noche, a las ocho, y los Marlboro. Ahora sos un portarretrato, una postal en la que tu cuerpo esta embutido, y yo lo sé. Y sé que no vas a cambiar, y que sos feliz, y que no te creo nada.

Te dejo estas palabras de Bioy Casares, que no me gusta, que me sigue sin gustar:

“Eternizar una sola hora del amor ¬- la más bella - , por ejemplo, aquella en la que la mutua confesión se perdió bajo el brillo del primer beso, ¡oh! ¡Detenerla al paso, fijarla y definirse en ella! ¡Encarnar el espíritu y el último voto! ¿No sería ése, pues, el sueño de todos los seres humanos? Sólo por tratar de recuperar esta hora ideal continuamos amando pese a las diferencias y a las mermas que traen las horas siguientes…”


Over.

1 comentario:

Henry Peace dijo...

Aguante Bioy, que sensibilidad!