viernes, 3 de abril de 2009

Palabritas

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No debí volver. En los pueblos, donde las generaciones ruedan en las mismas casas año tras año, se hace menos débil la mágica visión de un pasado cierto. En la ciudad, el prolijo anonimato borra la esperanza, todo se inflama de realidad, todo el mundo se va, se muda, de casa y de piel.

No debí volver, pero no tuve el valor de dejarme amedrentar por la trampa, y cuando olí a basura y smog, cuando pude ver que mi casa era un edificio abandonado, cuando escuché los pasos olvidados de los que se salvaron, ya era demasiado tarde, el cordel abrazó mi cuello y la presión comenzó a tirar.

Quizás debiera escribir todo lo que vi y dupliqué, eso sería lo habitual. Pero no, decido sortear este último acto de cobardía, y callo contra el tiempo y mi memoria, mirando a este gato frente a mí, durmiendo como si el mundo ya hubiese desaparecido o como si supiera que ya no puedo correr hacia ninguna parte. Duerme y espera.


Over.

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