lunes, 14 de noviembre de 2011

Ahora.


Entonces cierro los ojos y mi cabeza ya no contiene nada de lo que hay dentro. Mi lengua, la imagino como la de las vacas, enorme al final, cerca de la garganta, y mi cerebro recostado sobre la almohada, latiendo acompasado de pensamientos y cerrazones.

No alcanzo a oír la circulación de la sangre, el bombeo cíclico que empuja el líquido por todas las venas. Me imagino eso, como el ruido de una ecografía, flum, flum, flum, por las arterias, abriéndose paso hasta golpear cada vasito sanguíneo, hasta la más inhóspita región donde tal vez esté el rastro de tu mano en mi mejilla, inamovible, esperando el golpe de vida para volver. Ya no tengo piel, ni huesos ni esta máscara que me recuerda humano, diferente, yo. Una forma de mi cuerpo tallada de anonimato, rojo y gris.

La corriente revuelve los nervios, y quizás estés en alguna parte de los dedos, en la espalda, todo para que la información se enloquezca y encuentre su lugar, en la electricidad que forman tu cara y tu voz, ya muda de años y viajes. Es como un apagón prolijo, nada veo, nada ves. Esto que soy, por debajo de lo que fui.


Over.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No me creo todo lo que sos, pero igual te extraño. Entonces cierro los ojos y vuelvo a ser salvado por nuestros recuerdos.
Después de mucho tiempo, otra vez. Notar que estás vivo me puso contento.