Cuando comenzó a romperse la
noche, pudimos adivinar la isla desde la playa. Tini abrió los ojos y yo le
seguí la mirada. El vino estaba un poco caliente pero brindamos lo mismo.
Lina había desaparecido unas horas
antes, de la mano de un brasilero rubio y poco amigable. En algún momento, Tini me dijo: “Viste
que París, también, para nosotros, es el verbo, de parir, ¿entendés?” Mirando
la isla, le contesté: “Una ciudad que también significa nacer”, pero Tini me
ganó: “Dar a luz, corazón, de ahí a la Ciudad
Luz, ¡todo un hallazgo!”
Tini se había hecho un corte de
pelo un tanto extraño. Delante usaba flequillo, pero después, detrás, el pelo
era demasiado largo. Se lo dije. Le ofrecí cortarlo. “¿Estás loco?”, me ladró.
Al otro día, volvió Lina. Habló
del rubio como si fuera un Adonis versión portuguesa, y encima que cantaba parecido
a Djavan. Después de unos días, Tini me diría que era todo mentira, que el tal blondo
djavan era un fiasco, y que todo se lo había inventado por mí.
“¿Por mí?, ¿por qué?”, le pregunté.
“Yo qué sé, viste como es Lina, si le llegás a decir que estuvo con un imbécil,
se muere”.
Una noche, mientras Tini se
cambiaba, le dije a Lina que yo había salido con chicas un poco tontas, que no
les interesan los libros, ni la música, ni nada de lo que nos gusta a nosotros.
“No me extraña, los hombres suelen perder el filtro”, me contestó y yo callé. Después
le conté lo de París. “Uy, nene, eso es obvio, seguro que son cosas de Tini. Ustedes
dos juntos sí que hacen dúo, eh!”
Over.
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