jueves, 13 de noviembre de 2008

Crónico anochecer.





Contrariamente (o no) a aquella pesadilla que escribiera Franz Kafka, llamada “En la colonia penitenciaria”, la película “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos” (un aplauso para el traductor) se encarga de contarnos una historia de olvidos a medidas y erosiones de esta maldita pena de amor. En aquel cuento, Kafka imaginaba la inscripción de los delitos en la piel de los delincuentes, todo gracias a una terrible máquina que tatuaba calificativos y acciones: “Ladrón”, “Asesino”, “Violó a una mujer”.

De modo inverso, en esta peli que vimos todos, ella pide que lo borren a él, y él, desesperado, pide la misma intervención. Quién cree en el mecanismo, se aleja de la ficción, y ya no importa si el casco ese lleno de lucecitas pueda o no existir. Lo importante es ese descenso a la desnuda soledad que sobreviene tras perder la guía. El poderoso arsenal que la angustia de saberte tan lejos y sin mí, mina en todo el cuerpo. Todo el cuerpo.

Las escenas que de algún modo intentan vislumbrar el inconsciente están tan bien logradas que se sitúan bien lejos de cualquier pretensión de surrealismo o ciencia ficción. Quién sabe si hace cien años, se hubiera visto así. Es el tiempo que ha mezclado a un Dalí y un Buñel en la publicidad
de teléfonos celulares. Ya lo dije: la vanguardia muere siempre al otro día.

No puedo decir mucho de la película. No puedo ensuciarla. Ni siquiera puedo, amén de mi devoción, enaltecerla. Sólo sé que es una comedia perfecta, desoladoramente perfecta, que termina mejor aún: los cuerpos y tus palabras tienden a asociarse con uñas y deseos. Podré lograr que no hayas sido, pero jamás podré lograr que no seas, que dejes de ser. Siempre te cansarás de amores suburbanos, de eso no te olvides nunca.

Over.

No hay comentarios: