miércoles, 26 de noviembre de 2008

Hipo (la onomatopeya, eh). Grande Wilde.





Corría 1870, cuando Eduardo Wilde (pronúnciese “uilde”) presentaba su tesis para graduarse de doctor (sólo existen “doctores” en medicina). Dejando ver su vena literaria, la mentada tesis versaba sobre el singulto, más conocido como “hipo”.

Al margen de que las hipótesis (valga esta palabra para este caso) o conclusiones no fueran del todo acertadas, el incunable sobrevive aún hoy en la Biblioteca de la Facultad de Medicina de Buenos Aires.

Tiempo más tarde, Wilde se convertiría en uno de los más interesantes autores de finales del siglo XIX, parte del “mini boom autóctono” de aquella época, más conocido como la generación del ’80.

Dos obras lo destacan: “Prometeo & Cía” y “La Lluvia y otros relatos” donde se encuentra el famoso cuento “Tini”.

Hoy en día es difícil hallar volúmenes originales de su obra, y casi toda su producción se encuentra dispersa en antologías o recopilaciones. No obstante, siempre aparece algún libro de su autoría tal como fuera publicado. Suelen ser muy económicos. Ya nadie lee a Eduardo Wilde.


Over.


PD: Ah, el hipo. Sigue sin mayor estudio, por obvias razones: en la inmensa mayoría de los casos, aparece y desaparece en cuestión de minutos, salvo contados casos en los que el hipo sobreviene debido a una enfermedad subyacente y de mayor gravedad. Técnicamente, se debe a una irritación del diafragma, el cual sube de manera brusca y provoca un espasmo a la altura de la glotis o de la laringe. Está definida como idiopática o esencial, y está bien que así sea.

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