sábado, 21 de marzo de 2009

Imagina a toda esa gente con techos en los ojos.








Hay muchas formas de pasar el tiempo, lo que no se puede evitar es vivirlo. Ahora, si él nos vive o nosotros lo vivimos, bueno, eso está difícil. No es según de dónde se lo mire, es una cosa u otra. Hay que decidirse: una cosa u otra.

El tiempo las vive a Marie, Anne y Floriane. Las revuelve la adolescencia, las aplasta el verano intrascendente de sus vidas intrascendentes. Corren contra el tiempo que las espera, las sobrepasa, se esconde. Se esconde detrás del sueño de ser grandes de golpe, de poder sincronizar sus vidas con el argumento de que practicar te ayuda. La vida no se puede practicar, ya lo aprendimos.

Con un pie en el cine de Lucrecia Martel (especialmente en "La niña Santa"), y otro en el de Gus Van Sant (especialmente en "Paranoid Park"), "Naissance des pieuvres", planea sobre la identificación adolescente femenina, su aparente naturalidad lésbica y el miedo a ser penetradas (¿rotas?) por primera vez.

Suave y silenciosa, la película no se desmorona porque quizás la sutil construcción de su relato va más allá de narración exigida en tiempo y forma. Miradas desoladas, bellezas sin madurez, cuerpos esclavizados por el antojo hormonal. El antojo hormonal.

Por momentos, las actuaciones están estereotipadas, forzadas a no ser, porque la adolescencia es un terreno que la directora ya vivió. Es decir: siempre se cuenta lo vivido, y en ese camino, todo se simboliza, mezclando memorias y palabras, otorgándole luz a la propia elección. Una cosa es estar en medio del conflicto, otra muy diferente es contarlo diez, quince años después, eso lo sabe todo el mundo.

Hay tres escenas que se quedan para siempre:

1) Marie y Anne tiradas en la cama, mirando hacia arriba, regalando esta reflexión: “Probablemente, el techo es lo último que la gente ve. Al menos el 90 % de la gente que muere. Cuando te mueres, lo que último que ves debe quedarse grabado en los ojos. Como una fotografía. Imagina a toda esa gente con techos en los ojos.”

2) Marie sentada en el cordón de la vereda, de noche y sola, mirando cómo le arrebatan su confundido amor de las manos. Siempre me ha gustado esa imagen: alguien sentado en el cordón de la vereda, sólo y sin prisa.

3) El temido primer beso, con ese (no tan sutil) efecto del rouge corrido de las bocas, como la sangre que cae por primera vez y para siempre.

Creo que el tiempo nos vive, porque nosotros nos vamos y él sigue, pero no estoy seguro, me parece demasiado fácil mi conclusión. Quién sabe. Pero hay que elegir, eso es ley, siempre hay que elegir.





Over.

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