Son como diapositivas en blanco y negro que antes de estallar detrás de los párpados reclaman atención y cuidado. Hasta que un día vuelven, se rearman y permanecen iguales, temblando hasta que se les diga que ya está bien. Pero han cambiado, algo aunque sea ínfimo ha cambiado. Eso es un enlace, un mecanismo que el recuerdo se enorgullece en imponernos.
Hablo de esas horas de cristal en las que el tiempo vuela en mil partes y nos volvemos locos por juntar los pedazos. Pedazos que nos estafarán al ser reconstruidos, claro. Hablo del nombre que al nombrarnos roza con el infinito; de la arena de nuestros pasos que cambia de forma hasta engañarnos. Hablo de ese momento en el que la lluvia es el indicio fiel de algo que falta, que tiembla en ausencia. ¿Alguna vez habrá temblado en tus ojos la verdad? Hablo de apuntar todas las palabras para apagarlas y dejarlas sin uso.
Hablo de la incansable corriente de horas que nos va gastando, de la muerte que me trajo de vuelta. Hablo, en definitiva, sobre ese mismo sitio al que huimos en la noche y en el sueño.
Over.
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