jueves, 25 de septiembre de 2008

Respirá!



Volábamos en el taxi y yo veía las calles en una especie de locura detenida, como si de algún modo sólo existiesen para corroborar la velocidad. Volábamos.

Con un ojo miraba al taxista y con el otro te miraba los tuyos. Tus párpados de plomo. Ojalá no hubiese tenido audición, quise ser sordo, cómo tolerar el jadeo, la lucha de tu diafragma tirando para abajo, mendigando una gota de aire. Tu cuerpo deseaba respirar por los poros, desafiar a la Ley, un milagro, de esos que no existen.

El taxista estaba nervioso, te diría que peor que yo, y cada tanto me preguntaba: está bien, fijate el pulso, ponela boca abajo. Qué pulso, quién toma el pulso, te ponía cerca de la ventanilla, te hubiera dado todo, todo.

Me acuerdo de una enfermera, de un camillero, de un linyera durmiendo, de gente que nos miraba. De la cara de pánico que puso una señora que seguro tenía una gripe o iba a pedir algún ansiolítico para dormir.

Quizás haya sido que no le di importancia con la suficiente antelación. Cuando empezaste a toser no debería haberte cargado. Me reí porque siempre me río. Y el tiempo que perdí con esos yuyos de mierda que te hacían inhalar. Yo sé que me mirabas con la cara de quien dice, no doy más. No supe entender, o tuve miedo. Perdonáme. Yo te juro que al taxista le decía: “No importa nada, pero no pises el freno, si te pasa algo yo te pago todo.” Te digo que hice de todo, pero no me alcanza. No puedo lograr que algo me alcance. Vamos, dale, respirá hondo, dale, por favor, respirá, por favor.



Over.


2 comentarios:

La niña santa dijo...

Qué triste Hernán!
Y para colmo yo en esta oficina siento que me falta el aire.

Hernán Galli dijo...

"Porque una casa sin ti es una oficina..."