lunes, 29 de septiembre de 2008

Tini saludaba a los aviones.



Estábamos al lado del río, llenándonos de humedad y nostalgia. Tini fumaba con fruición, yo sé que disfrutaba más que nadie en este mundo un cigarrillo rubio. Yo le compré más de una vez un atado de veinte. “Me hacés sentir como una presa. Está bien”

Eran las cuatro de la tarde del otoño menos real que Buenos Aires haya vivido jamás. Se escuchó esa ola de ruidos que con furia baja del cielo y ya no nos sorprende. El avión se veía acá nomás. Tini levantó la mano y empezó a saludar: “Chau, buen viaje”. La miré. ME dijo: “Dale, vos también saludá, queda muy mal que no saludes”. Levanté la mano y saludé. Movía la mano mientras miraba a Tini. Ella lo hacía en serio.

Cuando pasa un avión lo saludo sin mover un dedo, “con la mente”, como dicen. No saludo a nadie. Sí, la saludo a Tini. “Chau Tini, que tengas buen viaje. Volvé pronto.”


Over.


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