lunes, 13 de octubre de 2008

Báez nació póstumo.



A las 7.30 de la mañana, la gorda Figueroa pretendía que entendiéramos a Husserl. En realidad, mi problema era con Figueroa; la odiaba, la despreciaba, sus tumultuosas caderas me sacaban de quicio. Pero no era su cuerpo, era su voz inerte y monocorde, insistente y fatal. Y porque nunca me puso más de un 4. Y porque yo tenía 20 años, claro.

Pero quiero contar algo de Báez, el flaco que venía de San Fernando y que tenía todos los rasgos de esos loquitos de Estados Unidos que un día empuñan la Uzi y le disparan a todo lo que se mueva. Callado, serio, pelo corto, siempre bien vestido, su presencia se corroboraba sólo al verlo. Su voz era grave y rápida. Decía lo menos posible y en la menor cantidad de tiempo. Era unos años más grande que yo, tendría unos 25 o 26.

Ok, la cosa es que Figueroa tenía la puta costumbre de comentar los parciales antes de entregarlos, con nombre y apellido. A mí me daba con todo, desde que me había equivocado de carrera hasta que quizás me convendría pensar en algún oficio. Pero Báez siempre fue un relojito, un gran estudiante, y sabía de Sartre más que la misma Beauvoir.

Ese día empezó a entregar los exámenes. A mí me dijo que me planteara repasar algunas materias del colegio secundario. Yo, mientras, le miraba las piernas de elefante y lo hacía con tal pérfida fruición que yo sé que la hacía sufrir. Cuando llegó el turno de Báez, le dijo: “Báez, usted es muy bueno, se nota que ya sentó cabeza, pero hace rato que está escribiendo cualquier cosa. Todo el examen está lleno de digresiones. No se entiende nada, es todo muy confuso. Mire, hasta le diría que quiso engañarme pensando que no lo iba a leer. Pero yo leo todo, Báez, y le repito, esto no se entiende.”

Ahí nomás, Báez se paró y le espetó: “Hay quien nace póstumo” “¿Cómo dice, Báez?” ladró la gorda. “Que usted no reúne los requisitos para entenderme. No me puedo mezclar con ciertos autores actuales. Menos aún, con lectores actuales”. La Figueroa se puso roja como un pimentón, y Báez agarró sus cosas y no lo volvimos a ver. ¿Qué dijo este insolente? preguntó la lengua de la gorda sin pasar por su cerebro. “Dijo lo que dice Nietzsche, gorda desubicada.” Conclusión, Báez desapareció, Nietzsche es un grande y yo recursé la materia.


PD1: Báez, si de puta casualidad me estás leyendo, estuviste diez puntos. Ojalá no mates a nadie ni te dediques a atender jubilados en un banco de barrio.

PD2: El Anticristo es una llamarada de fuego. Igual, siempre creí que se tomó demasiado trabajo para refutar el tema en cuestión. En el fondo, no sé si al gran Federico le dolía entender que no podía creer. Pero qué libro, les da a todos sin excepción. Una buena idea sería regalarlo a los chicos de escuelas católicas. O extorsionar a los curas para no regalarlo. A ver...


Over.

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