miércoles, 22 de octubre de 2008

Poderes, poderes, a burlar!


De las posibilidades que la imaginación acumula en su infinitud, hay una que, según dicen, en Japón es fama, aunque yo no he conocido a ningún semejante que la recuerde. Que la sepa. Que la haya escuchado, al menos. Podría decirse que se trata de una breve acumulación de virtudes inútiles que condenan al actor por su propio virtuosismo, y a decir verdad, no semeja nada oriental. El lector lo decidirá. Dice así:

En el proceso final, frente a los jueces, el brujo Espirí tomó un vaso de veneno. Al cabo de diez minutos, el brujo seguía hablando. Les rogó a los jueces le permitieran usar una espada de los guardias. Concedido el pedido, el brujo la tomó por su empuñadura de plata, y con notable esfuerzo, la apoyó contra su vientre hasta que lentamente fue penetrando la carne. Sólo un poco de sangre se acumuló sobre el piso, y una tibia mueca de dolor.

No satisfecho aún con la demostración, el brujo retiró la espada de su cuerpo, la alzó con destreza y, sacando la lengua, se cortó la misma de un solo movimiento.

Entre el público, algunas hombres no podían soportar el acto y optaban por irse o cerrar los ojos. Los jueces habían enmudecido ante tal acción. El brujo, increíblemente, se dirigió al público y, con perfecta dicción, exclamó:

“He aquí la prueba de mis conjuros. Si os mintiera, ya habría muerto con el veneno. No podéis juzgarme por blasfemo o mentiroso, porque tengo de mi lado, la verdad de mis palabras y de los hechos.”

Casi sin mediar tiempo alguno, uno de los jueces se puso de pie y sentenció:

“A ti se te ha juzgado por mentiroso y embustero. Le has quitado el dinero y la fe a muchos, y aquí es donde se te condenará. Salvo que ante lo que hemos visto, la diferencia está en la acusación. No puede existir nadie que conjure a la muerte, porque eso te haría indestructible, y sólo el Rey y Dios pueden conocer ese secreto. Tú, hambriento simulador, sólo lo has robado de algún sitio, como es tu profesión, y con esta demostración, nos has ahorrado tiempo: Te condeno a muerte por embustero, sacrílego y farsante, y por haber obtenido con imprudente astucia, el secreto del eterno vivir. Veremos si las llamas no comprueban tus cenizas”

Finalmente, el brujó ardió en gritos y se llevó junto a él, el secreto de su magia.


De inocente moraleja, siempre me interesó el texto anterior ya que no puedo dejar de anudarlo al famoso cuento de Jack London, “Lost Face” ("El Burlado", en español), en el que de argumento similar, un hombre logra convencer a otro de sus supuestos poderes para conseguir una muerte digna. Claro que el cuento de London es, a mi juicio, impecable y con uno de los giros (esos twist-in-the-tale) finales más logrados de la literatura. Es decir, si no leyeron ese cuento, por favor, dejen todo lo que estén haciendo y háganlo. Búsquenlo en la web, vayan a una librería, por favor, que hacén ahí, por qué siguen leyendo, fuera!


Over.

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