domingo, 14 de diciembre de 2008

"Amigomío" (1993)




De las pocas cosas interesantes que ha escrito Marcos Aguinis, hay una que desborda de precisión: "La Argentina es un barco cuyos pasajeros quieren hundir todo el tiempo pero nunca lo logran". Y sobradas muestras del deporte nacional argentino hay en la insoportable altanería de sus ciudadanos, aún cuando se les apaga un poco el ego, y terminan por desbarrancarse hasta el paroxismo de asegurar que todo lo argentino es una basura. El mejor del mundo es, según su propia confesión, el peor de todos. No, no es una manifestación de humildad, todo lo contrario, se sigue en lo mismo: el mejor o el peor, pero único.

Retomando la anterior, no hay crítico argentino que se precie como tal, si no bastardea al cine de su propio país por ser “ambicioso”, “incomprensible”, “elitista”, o por qué no. “raro”. Por otra parte, si no compara cualquier película con alguna de Fellini, Welles o Jean Jacques Annaud, pues no merecen entrar en el podio de los verdaderos cinéfilos. Eso sí, directores brasileros o portugueses no citan, simplemente porque no vieron ninguna película.

Por eso, Amigomío, esa película que pasó inadvertida allá por la década del 90, y que hoy se repite en horarios y días de “relleno”, es un largo en el que se puede conocer la suerte de una parte de los exiliados que se fueron realmente sin un centavo, y para quienes no les estaba prefijado México o España. Y son muchos.

Daniel Kuzniecka, actor injustamente desatendido hoy en día, protagoniza este film sobre la dictadura y la urgencia de partir antes de ser atrapado y asesinado por los guardianes del odio que por entonces gobernaban la Argentina. En un oscuro 1977, al conocer la noticia de que su mujer y madre de su hijo ha sido secuestrada por los militares, entiende que debe huir con lo puesto, junto a su hijo de unos cuatro años. El viaje comienza en el Tigre, y atraviesa la pobreza latinoamericana hasta llegar a Ecuador, país en donde finalmente se detiene para comenzar una nueva vida.

Lo interesante de la película, creo yo, es la conseguida traducción de los sentimientos de un hombre que debe proteger a un hijo, buscar alguna forma de vivir en otro país, y detener la angustia de saberse sin mujer, sin dinero y sin patria. Acierta al transmitir cierta densidad argumental, con momentos que podríamos hallar “tediosos”, pero que en definitiva tienen la misma entidad para los protagonistas.





El final se precipita por convenciones cinematográficas, ya que no está lejos de poder convertirse en una novela que minuciosamente acompaña el crecimiento del niño (“amigomío”, como lo llama su padre). Por esto último, quizás, se absuelve al repentino desenlace, con un niño ecuatoriano que parece odiar (con justa razón) sus raíces, el agrio motor del exilio cuando ya no se justifica, y la plena convicción de que se vuelve a un lugar que ya no está.

Sería muy sencillo criticar el film, hundirlo en la indiferencia, marcar la flojedad de producción. Digo, sería tan fácil como poder disfrutarla como corresponde, y admirar una obra sin fisuras que seguramente no encontrará el olvido en nuestra voluntad.


Over.



PD
: La directora del la película, Jeanine Meerapfel, ha dirigido las películas “Amigomío” y “La Amiga”, ambas sobre la dictadura militar argentina, sobre la amistad y sobre los exilios.

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