Revolviendo papeles viejos, encuentro esta página que ha viajado, tan pertinaz, años de mudanzas. La mayoría de las veces son ideas que repito, o escenas que descarto. Curiosamente, las palabras no me detienen, y tiendo a creer en irracionales conjuros del tiempo y espíritus y esas cosas que disfrutamos aunque no existan.
Es extraño, sí, porque casi todo lo pierdo. Casi todo lo pierdo.
Pero esta página resistió, y resistir, sabés, es lo más difícil de todo. Se ha ganado mi presente y mi trascripción. Dice así:
“Antes de dormir, pienso el cuento, el poema, busco esta palabra y la uno con la otra, todo el tiempo, hasta que mágicamente desaparezco. A la mañana, maldigo mi pereza, por qué no levantarme a escribir el cuento, el poema. Otra vez lo mismo, conduciré el coche sin pensarlo, pero todo será absorbido por el cuento, por el poema.
Sé, (porque lo sé muy pero muy bien), que estoy buscando el cuento perfecto, el poema perfecto. Y sé (claro que también lo sé), que si lo encuentro ya no podré escribir nada más. Conclusión: si no busco lo que quiero, mis días se reducen a un tonto respirar. Si lo busco, y lo encuentro, mis días se reducen a un tonto respirar. Concluyo otra vez: haga lo que haga, siempre termino mal. No hay salida. Eso es lo que primero aprendí: no hay salida.”
Over.
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