viernes, 19 de diciembre de 2008

¡Ya!




De las múltiples excentricidades que gatilla el odio, la perezosa venganza oriental es la que menos podemos soportar, nosotros, los que vivimos de este lado, donde el sol es siempre pasado. Y la intolerancia se fija en la ignorancia, claro: qué sentido tiene, razonamos, ver pasar tu cadáver cuando en realidad, son los años de dolor los que cuentan. Más aún, nos gobierna cierta tendencia al descrédito de la espera, la hallamos una aquiescencia de perdedores más que una decisión de sabio.

Si puedo hacerte todo el daño ahora, a qué viene tu libertad. Pensándolo bien, la espera es la falta de herramientas en el hoy, no la prudente elección de una venganza. Somos carne y tiempo, y lo rápido siempre es mejor; perecemos, nos van durmiendo las horas, y el final feliz es una posibilidad demasiado riesgosa como para tomarla en cuenta. Digo, no me siento en mi casa, no espero nada, voy a buscarte, te ahogo, quiero que sepas que no te pienso esperar, que me importa un pito tu cadáver, que me tiene sin cuidado tu enemistad con vencimiento. Mejor matar que morir. No esperes nada, te morís mañana. Siempre nos morimos mañana.



Over.



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