Me decreté la significativa (para mí, claro) misión de escribir un cuento de navidad durante todas las navidades desde aquí y hasta que se me termine la peli. A la hipócrita costumbre de juntarse con quienes no nos interesa, le agrego esta tonta sensación de capacidad literaria (mía y propia de la literatura) de torcer esa impostura. Va.
En Alumbia, la tradición ordena que una hora antes de Navidad, Plaza de las Armas debe quedar totalmente vacía, sin excepciones. Es asombroso ver a los vendedores de la feria, a eso de las diez y media de la noche, apurados por las últimas ventas, y al mismo tiempo, guardando la mercadería en los bolsos. La leyenda fundamenta la sanción:
“El ejército del dictador, envalentonado por la diferencia numérica de sus soldados, salió sin respetar formaciones, a la caza de los comunistas, ya identificados y sentenciados a muerte. Los comunistas (en realidad socialistas un poco revoltosos) que sabían que perdían el combate, entendieron que esa batalla no se ganaba con la fuerza. Así, blandieron el arma que sus enemigos desconocían: la inteligencia. Le hicieron saber al ejército por medio de informantes (apócrifos arrepentidos), que los comunistas tenían su escondite en la imprenta de la Plaza de Armas, y que ni bien comenzaran las redadas, huirían al sótano del lugar, supuestamente ampliado de forma clandestina para albergar a cientos de hombres.
Conocida la noticia, el ejército ingresó por el lado sur de la plaza, a paso lento, relajado por la simplicidad de la batalla en ciernes. Una vez que ocuparon el centro del lugar, el sargento de caballería advirtió la emboscada, dando vueltas su cabeza para avistar a los fusiles saliendo de las ventanas.
Fue una matanza. Tanto de hombres como de ideas: el derrocamiento del dictador fue una cuestión de días, y el nuevo gobierno tomó control de la situación.”
Según reza el primer documento que se escribió (o el que se encontró), la emboscada tuvo lugar a las once la noche de aquel 24 de diciembre. De allí que nadie puede haber en la plaza a esa hora, ya que o bien es parte de un ejército a punto de ser asesinado, o quién sabe, un delator de último momento. Sea quién sea, y piense como piense, nadie se ha animado a pisar ese lugar después de las once de la noche. Por eso, nadie olvida aquella noche de frío, cuando Anim fue visto sentado cerca de la fuente, a las once y media de la noche. Pero eso es otra historia, que deberá contarse en alguna vez, en Navidad, claro, de algún año.
Over.
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