jueves, 3 de julio de 2008

Fragmento de un cuento llamado Los Lagos de la Luna


Nos quedamos en silencio y Soledad apoyó la cabeza en mi hombro. Avelino nos vio y dijo algo sobre su esposa. Sus ojos se frenaron, se volvieron cristal y vejez. Después me miró.

- ¿Usted se acuerda lo que le dije del libro de Brontë?
- Claro.
- Bien, les contaré algo que yo no sé por qué se sigue dejando de lado en las nuevas impresiones del Banquete.
- ¿Platón?
-
Exactamente, ese diálogo sobre el amor, en la casa de Agatón.
- ¿Y qué se deja de lado? – preguntó Soledad, expresando también mi curiosidad.
-
Bien, le recordaba al joven lo del libro, por la fecha de la primera edición, es decir, 1847. Ese mismo año, en la prestigiosa universidad de Cambridge, un estudiante de griego antiguo descubre entre los archivos de la biblioteca que en una de las traducciones al inglés se omite una intervención de Sócrates en el discurso de Aristófanes. El joven se dirigió a su tutor con el descubrimiento. Ante esto, el tutor se dedicó a consultar las diversas traducciones, en diferentes lenguas. Como ustedes saben, todos esos escritos han sufrido alteraciones, mermas, a través del tiempo. Pero, curiosamente, en ninguna edición se incluían estos párrafos. Entonces, el tutor le encargó al estudiante la traducción y le pidió, al mismo tiempo, la máxima discreción al respecto.

Cualquiera le hubiera hecho la pregunta que le hice, con el mismo tono inquisidor, con la misma carga infantil de desconfianza y asombro.

- ¿Y usted cómo lo sabe?
- A ver, primero, no soy el único que lo sabe, evidentemente, pero les propongo algo: les cuento cómo lo sé o les leo el diálogo omitido, ustedes eligen.

Con Soledad nos miramos y nos entendimos. Creímos que, de todos modos, finalmente nos contaría cómo se había enterado de semejante cosa. Elegimos lo segundo, por supuesto.

- Bien, si no lo recuerdan en este momento, el diálogo comienza cuando Aristófanes le dice a Erixímico que su hipo ha cesado, con cierta actitud digamos, jocosa. Después, propone su teoría sobre el andrógino, ese tercer género de los hombres, que no era ni masculino ni femenino sino que participaba de los dos.
- Al que Zeus parte en dos.
- Eso mismo.

Después se levantó, fue hasta la biblioteca y trajo entre sus manos un libro de tapa dura y verde. Lo abrió y leyó.

- Aquí, es justo aquí donde se inserta el texto, cuando Aristófanes dice que al unirse las mitades, terminan pereciendo por no querer hacer otra cosa que estar una junto a la otra. “Aguarda un instante – interrumpió Sócrates -, si es que como tú dices, que Zeus decidió partir en dos a esa unidad, me pregunto cuáles son las mitades que se encuentran. Aristófanes lo miró y dejo que Sócrates prosiguiera con su planteo. Me pregunto – continuó Sócrates – si esas dos mitades, en el decurso del tiempo, se encuentran verdaderamente. Pongo por caso, la cantidad de hombres y mujeres que hoy existen y los que existirán. Es lo más probable que no se encuentren. ¿Tu qué crees Aristófanes? Por cierto que es lo más probable – contestó Aristófanes. Entonces – dijo Sócrates – cuando tú dijiste que cada uno de nosotros somos el resultado del corte de un solo ser en dos, por decisión de los dioses, también explicaste que las mitades se buscan. Y que si al encontrarse, una de las mitades perece, la que queda viva sigue buscando otra mitad, ¿no es eso lo que has dicho? Sí, así es – confirmó Aristófanes. Bien, me pregunto por qué se insiste en una búsqueda sin sentido, es decir, si es que ya ha sido encontrada y perdida. No lo sé Sócrates – agregó Aristófanes – pero adivino que es un modo de aplacar el dolor por la pérdida. Entonces – continuó Sócrates – algo me hace concluir que si el encuentro de las dos partes es improbable, todo indica que tal razón se debe a la fortuna de no hallarla, es decir, que al unirse las dos mitades, perecen, y si lo hace sólo una, la que queda vive en un círculo de falsificaciones y engaños. La unión de las mitades es la felicidad continua, y, como tú sabes, eso lleva a la muerte inexorablemente.”
- ¿Ahí termina?
-
Ahí termina. Después continúa tal y como se encuentra en casi todas las ediciones. Aristófanes sigue su discurso hasta finalizarlo

Avelino se levantó, nos preguntó qué pensábamos y después de algunas palabras le preguntamos cómo sabía lo de aquel traductor en Cambridge.

- Ustedes eligieron que les leyera el texto y así lo hice.

Después, nos dijo buenas noches y se fue hasta la habitación. Con Soledad nos miramos y no nos dijimos nada. El fuego nos temblaba en la cara y la noche se abría en un silencio interrumpido de grillos y sonidos que en la ciudad no existen. Creo que fui yo el que preguntó primero sobre lo que había dicho su abuelo. Me contestó algo rápido. Yo le dije que era por lo menos perturbador lo que habíamos escuchado. Ella le restó importancia y me dijo que quería irse a dormir. Subimos. Hablamos en la oscuridad, todo el tiempo. Nuestras respiraciones fueron acercándose. Fue con temor y bien lento. Hasta creo que hubo un poco de vergüenza de cada uno, y eso estuvo bien. La luna, afuera, no cesaba. Una tímida línea de luz bordeaba el horizonte. Después, nos dormimos.


Over.

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