martes, 29 de julio de 2008

Money, money, money.




Ciertos libros están atados a las edades de sus lectores. Otros tornasolan su encanto como un prisma que lentamente, cincela reflejos al girar. Dolina es un autor para los quince o dieciséis años. A los veinte ya perdió el estilo. Hesse es un autor para los veintitantos años, como mucho. A su vez, García Márquez o Rulfo gozan de libertad clasificatoria en cuanto a las edades de sus lectores. A ver, lo que acabo de estipular no sufre de ataque o dolo alguno, es simplemente lo que es. Aviso.

Arrojada la piedra, me referiré a Hand to Mouth, el libro autobiográfico que Paul Auster escribiera sobre los avatares de un escritor entre los veinte y treinta años. Seguramente, este libro significaba mucho más para el autor que para aquel que lo lee. Si no fuera un exceso de resumen, diría que es como un tipo que se sienta a tu lado en un casamiento al que no querías ir, y comienza a contarte la historia de su vida. Hay momentos interesantes, claro, aunque el ahínco puesto en las penurias económicas comienza a ahogar la narración.

Al margen de que a uno le pueda gustar o no este tipo de libros, hay una razón por la cual lo encuentro original. Una originalidad resarcitoria, en este caso, que intenta poner en su lugar un fracaso juvenil. Me refiero a una nouvelle more Chandler (Squeeze Play), firmada bajo el seudónimo de Paul Benjamín. Novela menor, correcta, que la fama del autor tras el seudónimo, llevó a que Alfaguara la publicara en un volumen separado. Dije, la fama, porque el contenido no hubiera (como no lo hizo en su momento) sido suficiente para la edición.



Asimismo, y esto lo encuentro como una espina que salió de su lugar inadecuado, el libro viene "acompañado" con un juego de cartas llamado Action Beisbol, que al día de hoy no me tomado el tiempo de jugarlo. No importa, allí están las cartas, el tablero, las instrucciones. El juego de mesa con el que Auster pensaba amasar una fortuna. La misma fortuna con la que nuestro Arlt soñaba si lograba inventar las medias que no se corrían. La misma fortuna que le esquivó al segundo pero que alcanzó al primero, quizás por vivir en otro país, en otro tiempo y con otro tipo de literatura. No importa, ambos están en el mismo estante de la biblioteca, muy cerquita uno de otro.

Hubo un tiempo en que me fascinó Paul Auster, eran los días de Leviathan, de la trilogía de New York, de la Invención de la Soledad. The Invention of Solitude, que buen libro. Y El País de las Últimas Cosas, que emoción leer esa carta, cuánto involuntario significado tiene para un argentino.
Después siguió escribiendo, como siguen escribiendo tantos otros autores. Tantos otros autores.



Over.


PD: Esta línea está en el libro: “el dinero, por supuesto, nunca es sólo dinero. Siempre es otra cosa, siempre es algo más, y siempre tiene la última palabra.” Claro, ya sé lo que estás pensando. Por eso lo que escribí arriba. ¿Ok?

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