miércoles, 13 de agosto de 2008

Telarañas



El verano ya planeaba sobre todas las terrazas, anunciando en cada ventana que ese año sería el peor. Thaos, que ya había decidido suicidarse, concluyó que la muerte sólo podía elegirse en uno de esos días. Pero antes había observado otra cosa. Al abrir los ojos pensó que aquella mañana era distinta por tres razones:
1) no recordaba ningún sueño, 2) no tenía ganas de fumar, 3) la ventana estaba sana.

Lo primero era una sorpresa fingida; aunque no le gustara aceptarlo ya hacía varias semanas que los sueños se le esfumaban antes de rescatarlos, que las pesadillas no lo golpeaban minutos antes de despertar.
Lo segundo era extraño, es verdad, porque hacía tiempo que le había agarrado la sucia costumbre de encender un cigarrillo incluso antes de tomar un poco de agua.
Ahora lo tercero era inconcebible. Él mismo había visto los vidrios desparramados y quietos debajo del espacio abierto que se veía en la ventana. Él mismo ya se había sorprendido de no haber escuchado nunca el ruido de la rotura, de la piedra inexistente, del viento entrando de madrugada, de la decisión de dejar los pedazos ahí, como quien deja señales de que algo diferente ha sucedido.

Thaos insultó al clima, al clima de la ciudad, a la ciudad que nunca había despreciado lo suficiente como para asociarla a lo prescindible. Se levantó y fue directo a la ventana. Tocó el vidrio para corroborar lo que sus ojos ya habían aceptado. No podía ser, hacía como..., cuánto hacía que estaban los vidrios rotos ahí, desparramados y quietos. Fue hasta la cocina, buscó un vaso de agua, miró el agua, agitó el vaso y recién después la bebió. Apoyó las manos en el frío mármol que formaba la mesa de la cocina y se le juntaron las palabras que Ligia le había arrancado de la boca aquella noche cuando lo abrazó por última vez, envuelto en el sudor de otra pesadilla:

Hay telarañas en todo el pasillo. Cuando camino las hago a un lado y sigo hasta la habitación. Enciendo la televisión para callar el ruido monstruoso que viene desde el comedor. Sé que es inútil pero igual lo hago. Se está haciendo tarde y miro el reloj y va cada vez más rápido. Me rindo sobre la cama y miro el techo. No quiero ir. No quiero volver a ver las telarañas y llegar al comedor”.

Pensar que Ligia se quedó mirándolo, lejana ya, simulando piedad delante del desinterés y la urgencia que le dictaba irse para siempre. Pensar que Thaos se lo dijo y no se lo quería decir. No. Quería que ella lo escuchara sin que él lo dijera. Thaos. Y después fue un elástico segundo, todo el tiempo hecho un péndulo que le hacía repetir la primera palabra, mirarle la cara a Ligia y terminar.

El calor desde temprano, una tortura recién iniciada, y Thaos que debía salir, enfrentarse al sol, porque además había salido el sol como si ya no fuera suficiente, carajo. Y entonces sonó el teléfono, y hola y del otro lado cortaron. Eso era peor, porque nadie era cualquiera y cualquiera era una persona, era la elección en la nada.

Hay gente que intenta espantar a la soledad de muchas maneras. Algunos miran televisión, algunos viajan, algunos hacen cuentas, algunos sospechan de todo, algunos hablan por teléfono, algunos se despiertan, algunos no duermen, algunos callan, algunos duermen, algunos se casan, algunos tienen hijos, algunos abren los ojos y piensan que las mañanas fingen el fiel engranaje de un comienzo, una sombra que no empieza ni termina nunca, nunca. Nunca

Thaos no quería volver a su casa, no quería atravesar el pasillo, no quería que su mirada viera la ventana entera, porque no podía ser que los vidrios no estuvieran quietos en el piso, él mismo los había visto y dejado ahí, aunque todo el tiempo hubiese querido barrerlos, sacarlos, llevarlos a otro sitio. La calle se vaciaba y el calor aflojaba un poco. La leve brisa era mejor que la leve nada. Definitivamente no quería volver.

A su izquierda, Ligia estaba inmóvil, con los ojos quietos en el techo y murmurando algo en su respiración, cierto canto imperceptible. Thaos tenía calor y aunque lo intentara no podía dejar de buscar constantemente la zona fría de la cama. Sin mirarla, le dice a Ligia: “Por suerte está rota la ventana y entra algo de fresco. Todavía están los vidrios ahí, ¿no?, habría que barrerlos algún día.” Ligia lo mira. Thaos se da vuelta. Ligia le sonríe como quien quiere contestar y no dar una respuesta.

Over.

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