La llamo a Ceci y le digo que voy para allá. Abro la puerta, empujo al gato para adentro, cierro y ya veo abierta la puerta de enfrente. Costumbre que por suerte todavía no perdió. Ceci viene del sur, de un pueblo de Neuquén llamado Chos Malal. “Siempre me quise ir, pero no pude dejar de volver, no sé, sentí que volver siendo médica era una forma de demostrarle algo a todo el mundo. Otro día te cuento más, sí.” Y otro día me contó más, pero justo había llegado para hacerle unas preguntas y ella ya estaba con el mate. “Escuchá, Ceci, yo te hago unas preguntas y vos me contestás, dale”. A Ceci le encanta este juego. Se le borra la oscuridad que sobrevive en sus ojos, y eso ya está bien. A ver, ahí vamos:
- ¿Podés soñar con cosas que no existen?
- Sí, podés soñar con gente que vuela, y la gente que vuela no existe.
- Bien. ¿Podés soñar con cosas que nunca viste?
- Sí, bueno, podés soñar con cosas que no viste específicamente, pero seguro que sus partes sí pertenecen a algo que viste alguna vez. Lo que no podés, es soñar con cosas que inventás. Si nunca supiste, ni oíste o viste un sapo, nunca podrás soñar con un sapo, ni nada tendrá partes de un sapo.
- ¿Se estudiaron todos los sueños del mundo?
- Bueno, tampoco se contaron todas las neuronas, una por una, del cerebro. Pero te puedo decir cuántas hay.
- ¿Cuántas hay?
- Tonto.
- ¿Estás en condiciones de negar que pueda heredarse genéticamente alguna experiencia visual?
- No, pero no cambiaría. De algún modo, la imagen fue vista, no inventada. ¿No serás genéticamente preguntón?
- Las preguntas las hago yo, doctora. ¿Cuánto tiempo puedo vivir sin dormir?
- Algunos días, cuatro, cinco, después depende de cómo estés. A los diez días quedás frito para siempre.
- ¿Sabés cocinar tortas fritas?
- Y de las buenas, bien tostaditas. ¿Querés?
Over
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