lunes, 10 de marzo de 2008

De Rivera al Aleph a través del amor


Andrés Rivera, cuya sonrisa jamás tuve oportunidad de ver y al que reconozco como un gran escritor que vive con tristeza o enojo su comunismo, escribió, al menos, tres grandes novelas: La Revolución es un Sueño Eterno, El Verdugo en el Umbral y El Farmer. En realidad, son las únicas que leí, y ninguna me ha fallado. Dicho esto, transcribo este párrafo de El Verdugo en el Umbral:

Nos apretamos unos a otros y dejamos de ser judíos y cristianos o rusos o húngaros o tártaros o huérfanos o locos o enfermos, y a algunos les brillaban los dientes y a otros se les escurrieron las mejillas, y era como si fuese a descorrerse un telón, y la vida develara su misterio, y nosotros éramos la vida, y veríamos, en el escenario, lo que fuimos, lo que seríamos, las cartas a escribir, los sueños y las pesadillas que pare la utopía, el cáncer que roerá la sangre de tu hijo, las parodias populistas de Osvaldo Lamborghini, la pluma de un bibliotecario de Pekín que traza un ideograma memorable, la reverberación del sol en Coyoacán un día de agosto, el tedio de los domingos norteamericanos, las madrugadas de Erdosain, las oscuras inmensas campanas del Kremlin y su tañido letal una mañana de marzo, y tantas y tantas otras cosas que en el aleph no se ven ni se dicen.”


En primer término, me gustaría destacar la eficacia del párrafo, que nos va llevando solito a la comparación del cuento de Borges, pero que al mismo tiempo sostiene su propia entidad. En cuanto al contenido, bueno, yo creo que Borges (el personaje del cuento y el escritor) vio lo que sus ojos y su mente verían, y quizás Rivera hizo lo propio, pero está claro que en el Aleph se ve TODO, por lo que diría que eso de que “no se ven” agrega una innecesaria embestida a Borges, cuando todo el resto es bellísimo. Sí, estoy de acuerdo con que “no se dicen”, y uno sabe claramente a qué se refiere, cuando ese no decir se acerca más a un callar. Pero el Aleph es un cuento de amor, que esquiva el plagio a The Cristal Egg de Wells, por la maestría de Borges y por esto último, por intentar presentar un supuesto “aparato” en el que todo se ve, mientras que el personaje sólo quisiera ver a su Beatriz. Verlo todo cuando sólo queremos ver una sola cosa. El aleph, contado como una esfera de luz, es sin dudas una ensoñación o actividad mental, pero ni esa maravilla es capaz de anular la tristeza de un amor muerto.

Bellísimo este párrafo de El Verdugo..., pero toda la novela y quizás la obra de Rivera, está escrita tras un sombrío velo de pesimismo, ese lábil margen que estipula la nostalgia antes de anudarse en la tristeza. Lo digo de una vez: Rivera escribe enojado. Nietzche escribe enojado y a los gritos.

Over.

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