En la superficie nos permite una historia de dos entrañables amigos a quienes el descubrimiento adolescente de una famosa novela los trabará para siempre. Lucio Sansilvestre, el autor de dicha novela (llamada precisamente “Los Ídolos”, única obra del escritor), podría ser una especie de Rulfo, de Rimbaud, de Salinger, cuya obra está inexorablemente signada tanto por lo genial como por lo breve. La misma pregunta los ata y los ahoga: ¿Por qué no han vuelto a escribir? Bien, ése es un lateral de la novela. Pero hay otro más fatídico e infeliz. “Los Ídolos” es justamente una historia del fanatismo, de la renuncia a lo que somos para convertirnos en oscuros seguidores de Otro cuya existencia nos hunde y nos sacrifica. Todos los personajes están sumergidos en esta desdicha. Nadie se salva, todos están trabados en los mecanismos que los harán más tristes a medida que los años los envejezcan. Entonces la metáfora también se ocupa de la idolatría, que no es más que una profunda versión de la soledad.
Se sabe que es imposible juzgar una novela como buena o mala. Podemos decir que nos ha conmovido o que nos ha empujado al aburrimiento. Es difícil que Los Ídolos provoque esto último. Muy difícil.
Por último, no podemos olvidar una mueca de Mujica Lainez. Parece una obviedad concluir que la novela “Los Ídolos” no existe, ya que es producto de la ficción, escrita por un tal Lucio Sansilvestre, y cuyo extremo admirador es Gustavo de N... Pero Manucho logró que en nuestra vida real, debamos pedir por esa novela inexistente, y que hasta la podemos conseguir.
Over.
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