jueves, 27 de marzo de 2008

The Man Made of Words, by N. Scott Momaday - espanis vershon


En una cuidada edición de St Martin´s Press (mayo, 1997), N. Scott Momaday (N. por Navarre) publica este libro cuyo título apela al ganador del Pullitzer, House made of Dawn (La Casa hecha de Amanecer). Bello libro, este último, que comienza así: “Dypaloh. Había una casa hecha de amanecer. Hecha de polen y de lluvia, y la tierra era muy antigua y eterna.”
 
Templado ambiente poético que nos alerta del contenido del libro, con sus oraciones cortas y directas. Pluralizando, hablando de amaneceres, hasta me arriesgo a decir que sería aún más bello. Y esa línea que habla de una casa con fecha y sin fecha al mismo tiempo, alojando en la antigüedad la noción de lo eterno. Pero no es de este libro que voy a escribir. Tampoco del Hombre Hecho de Palabras, sino más bien de una parte del mismo.
La cosa sería un poco así. Este Momaday es descendiente directo de Kiowas ( indios cel sur este de los E.E. U.U.) por parte de su padre, y hasta vivió su primer año en esta reserva. Dice recordar el lenguaje hablado por sus padres, cuyo origen es aún un misterio, como el vasco o el húngaro. Dice recordar especialmente una historia, la del Arrowmaker, el constructor de flechas. La traducción es mía, loas y defectos tienen su destinatario:
Había una vez un hombre y su mujer. Estaban solos a la noche en su tienda. El hombre estaba construyendo flechas a la luz del fuego. Al cabo de un rato, creyó divisar algo. Había una pequeña abertura en la tienda donde habían cocido dos trozos de cuero Había alguien allí afuera mirando hacia adentro. El hombre siguió con sus tareas pero le dijo a la mujer: Hay alguien allí afuera. No temas. Hablemos de cualquier cosa con normalidad. Entonces tomó una flecha y se la puso entre los dientes. Haciendo lo correcto, la colocó en el arco y apuntó, primero hacia una dirección y después hacia otra. Mientras hacía esto, hacía como que hablaba con su esposa. Pero esto es lo que decía: Sé que estás allí afuera, porque puedo sentir tu mirada sobre mí. Si eres Kiowa, entenderás lo que digo, y pronunciarás tu nombre. Pero no hubo respuesta, y el hombre siguió haciendo lo mismo, apuntando la flecha en toda dirección. Finalmente, apuntó hacia el sitio donde estaba el enemigo y soltó la cuerda La flecha voló directo el corazón del enemigo.”
La historia no es gran cosa, pero tiene la contundencia de las fábulas con el impacto de las leyendas. Logra la imagen de manera precisa. Pero lo que es más importante: Lleva al lenguaje a su estadío más alto, a la palabra como clave vital, como símbolo que sobrepasa a su propio destino de representación. Y ese final, transformando en enemigo al que no entiende el idioma, ese desplazamiento del signo hacia la acción, hacia el fundamento de hostilidad por ignorancia. El silencio opera como un simulacro del miedo que termina sentenciando al hablante – el no hablante -.
Dice Momaday más adelante: Con frecuencia, las palabras vuelven sobre sí mismas de un modo curioso y significativo. Trascienden su valor meramente simbólico y se funden con la idea que expresan. Ya no son intermediarias sino primarias; son al mismo momento el nombre de las cosas y las cosas que nombran.
Hasta acá me cierra todo. Pero qué hacemos cuando Steiner dice que: “la palabra rosa no tiene espinas, ni color rosa, amarillo o blanco (...)”. Qué hacemos, te pregunto, siempre es la del adagio y el contra adagio.
PD: Julieta me dijo aquella noche en el Sol de Nit: Vos entendés qué quiso decir Hobbes con: “La palabra es el dinero de los tontos”. No, le contesté. Pasaron seis años. No, le vuelvo a contestar.

Over.

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