domingo, 13 de julio de 2008

Juan José Millás imagina.




No creo que nadie haya nacido póstumo, ni siquiera el propio Nietsche, porque su reconocimiento tardío tuvo menos que ver con el contenido de su obra que con la capacidad publicitaria de la misma. Peor aún, cuando somos testigos de ofuscados mendigos de fama que ven en la popularidad algún signo de respeto o admiración hacia sus acciones.

No hay cuota de fe ni suma de opiniones que prestigien tus palabras. El fundamento de tu labor es, en última instancia, el compás de felicidad que te otorga tu acción. Ni más ni menos.

Lo antedicho, quizás el lector lo pueda anudar a lo que viene. Yo, al menos, no puedo, y sin embargo algo me obliga presentarlos juntos. Ahí va:




Juan José Millás tuvo la fortuna de nacer en España y así poder desplegar su obra cuentística sin los “problemas” que sufrimos los escritores argentinos, elegantemente observados (por el otro y por nosotros mismos) ya sea por parte de la literatura de fines del siglo XIX, o bien por casi toda la literatura argentina del siglo XX.
Y repito, Millás tuvo la suerte de poder ejercer su arte sin necesidad de analizar las estructuras, las palabras, las metáforas, el adjetivo o la coma hasta el paroxismo. No porque no los use de maravillas, simplemente porque el refinamiento muchas veces entorpece a la médula creativa, y, para decirlo más claramente, el envoltorio toma más protagonismo que lo envuelto.

Lo primero que leí de Millás fue esa edición de Alfaguara, Tres Novelas Cortas, que yo retitularía: “Cerbero, son las sombras y Dos novelas apasionantes”. Hablo de Letra muerta y Papel Mojado. Fue así, instantáneo, como los conejitos de Cortázar, los cuentos de Rulfo, la metamorfosis del amigo del traicionado por Max Brod, Walsh o Carver.
Recuerdo estar en una habitación muy pequeña, en el otoño que viven los árboles en el otro hemisferio, leyendo Cerbero, son las sombras y no quedar del todo satisfecho para seguir leyendo lo que seguía. Pero el frío y el té verde me ayudaron a seguir adelante. Letra muerta y Papel Mojado, son dos novelas que el autor escribió simultáneamente, y se nota. Maravillosamente se nota.




Más tarde, mi ignorancia fue ensombrecida y supe que el tal Millás escribía en El País y que, esencialmente, era un autor de cuentos. El adverbio me lo debo y se lo debo a mi amigo Hilari, trotamundos catalán. Los dos acordamos que lo mejor de Millás está en los cuentos, esas narraciones cortas que se le caen de las manos todo el tiempo. Es que sólo leí las novelas: El Desorden de tu Nombre, El Orden Alfabético y La Soledad era esto, y me pasó lo que le pasa a muchos: La narración empieza a perder suspenso y uno se dice, qué buena idea, lástima la extensión.



Me falta mucho para leer toda su obra, y por suerte, a Millás le falta mucho para completarla. De los libros de cuentos, recomiendo si dudarlo, “La viuda incompetente y otros cuentos” y “Primavera de Luto”. Si sólo desea leer un cuento, me arriesgo a “Ella imaginaba Historias”, no por su trama, simplemente porque estoy seguro de que resume con precisión la capacidad de este autor español. Y olé!


Over.

2 comentarios:

g dijo...

Compartimos una pasión, Millás, y una decepción, la extensión imparable -y a mi parecer equívoca- de una cosmogonía que él mismo aja por abuso.
Yo me saltaría sus novelas recientes.
Porque sobran y redundan, pero no perdonaría ni sus cuentos ni sus artículos (uno de mis favoritos Cuerpo y protésis).
He dicho.
Ahora intentaré volver a mi prosaico cometido laboral.

Nono Happier dijo...

què maravilla millàs!!! yo empecè por Un mundo; leí Laura y Julio y esta semana Primavera de luto. Me hace muy feliz haberlo conocido