sábado, 22 de marzo de 2008

Sólo esa hora

De repente pienso que cuando uno supera una novela, un cuento, un poema, comienza a comprender que la cosa pasa por otro lado. Trataré de explicarme. Cuando uno supera un cuento, se da cuenta de que llegó la hora de escribir ese cuento. Lo intento otra vez. Uno escribe su primera novela, con errores o desaciertos, pero la escribe. A esa instancia yo la llamo “superación de la novela”. En ella se ha librado una batalla contra los adjetivos, los sustantivos, los diálogos, la estructura, etc. A partir de entonces, con suerte, al emprender la próxima novela, uno podrá deslizarse a través de las páginas, prescindiendo de toda esa lucha que en gran medida no tiene sentido. A esa segunda instancia la llamo "escribir la novela”. Bueno, sí, ya sé, usted podrá hábilmente objetar estas instancias que he propuesto. No importa. En realidad las utilicé para expresar otra cosa. Para tal motivo, citaré un párrafo de Bioy Casares: “Eternizar una sola hora del amor ­- la más bella - , por ejemplo, aquella en la que la mutua confesión se perdió bajo el brillo del primer beso, ¡oh! ¡Detenerla al paso, fijarla y definirse en ella! ¡Encarnar el espíritu y el último voto! ¿No sería ése, pues, el sueño de todos los seres humanos? Sólo por tratar de recuperar esta hora ideal continuamos amando pese a las diferencias y a las mermas que traen las horas siguientes”

Ahora me atrevo a una alteración. ¿Qué pasaría si sustituyésemos “la hora del amor” por “la línea de nuestra literatura”? Es decir, qué pasaría si lleváramos toda esa ensoñación del amor a la labor de crear una pieza literaria. Me aventuro a una respuesta: cada vez que escribimos buscamos una línea, esa línea, y en virtud de tal empresa, llenamos cientos y cientos de hojas con miles y miles de líneas. Así, las posibilidades son las mismas. O bien hallamos esa línea la primera vez, o la vez número cincuenta o también, es claro, jamás la hallamos. Adivino que el lector está repasando autores y arriesga el nombre quien tiene la dicha de haberlo logrado. Entonces, se advierte que esa secuencia de superación y escritura de un texto es inexacta, ya que al parecer, podríamos encontrar lo que buscamos en lo primero que hacemos. ¿Pues entonces me he equivocado en todo lo que escribí? ¿Por qué creo que sigo teniendo razón si me refuté a mí mismo con cuatro palabras? ¿Necio, perseverante o cabeza dura?

PD: Francois me pregunta desde el frente: ¿Paul Auster perdió el encanto, el pulso o la imaginación? Sé que le duele mucho una pierna, le digo por toda contestación.


Over.

1 comentario:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.