lunes, 28 de abril de 2008

Los buenos y los malos - parte I


La maldad es una forma de placer, claro que de carácter especial, algo así como un encantamiento que dura mientras se ejerce el acto, para después pasar al olvido o, en la mayoría de los casos, al desinterés. Hasta aquí nada nuevo. Sí me interesa el carácter sorprendente que conlleva el acto de maldad, ese mismo que nos hace preguntar: qué necesidad hay de cometer semejante daño. A ver, sería una cosa así:

Dijimos que la maldad es una forma de placer. El placer, por su parte, no es ni bueno ni malo ni depravado ni sano. El ejercicio metonímico no entra en cuestión. Lo interesante es que aquel sujeto que obra malamente, concibe un grado de poder en ese accionar. La maldad proviene de una carencia, del dolor de no ser, de no tener, de no estar a la altura de, de alucinar que el lazo que nos toca es más grueso y más sofocante que el del resto del universo. Sería como un daño reparador, que al ejercerlo restituye un supuesto equilibrio en una supuesta distribución de bienes y males. En realidad, existe en esa persona una miseria amplificada por el propio desprecio a sí mismo. Esa vacante en el poder dado, se sustituye por el acto de quitar poder al otro mediante lo inexplicable.

Recuerdo un sueño de Crimen y Castigo en el que un grupo de hombres azotaban sin piedad a un caballo exhausto para que siga tirando de un carro. Estaba tan bien detallado que a uno no le quedaba más que odiar a esos hombres que ejercían tal maldad. O en Apocalypse Now, cuando en escenas paralelas matan a golpes a Kurtz y a la vaca, con una crueldad infinita.

Cuando uno está del otro lado, y como decía mi profe de física, bajo los mismos valores de presión y temperatura, no hace más que llenarse de una desagradable impotencia ante el acto infundado. Lamentablemente, esos sujetos que viven en la maldad, han construido tal sólido rasgo de personalidad que es casi imposible que cambien. No me refiero a una psicopatía, sino a una de las posibilidades de un ser mísero y perdido, quien puesto a elegir, siempre opta por el daño.

Por lo tanto, cualquier intento de corrección mediante un pedido de explicación o ante la exposición del hecho cruel, no hará más que reforzar las creencias del sujeto, dado que sentirá como un ataque o una humillación infundados tal reproche. A su vez, debido al perverso mecanismo, verá satisfecho su objetivo, y esto no hará más que perfeccionar su próximo acto.

Qué hacer. Acá las aguas entran en turbulencia. La maldad despierta sentimientos de odio, y el odio es un precursor de la violencia. El desahogo puede tornarse una pesadilla que hará gozar aún más al agredido. Yo creo que hay demasiadas personas cuya existencia sólo parece rellenar el escenario. Me arriesgo a decir que si el malo no cambia, hay que anularlo, despreciarlo, emplazarlo en la indiferencia. Si los buenos despreciaran a los malos, los malos se anularían entre ellos, como un pac - man milagroso donde los puntitos amarillos, los fantasmas y los mismos pac – man fueran todos malos y pase lo que pase, uno siempre ganaría. Hay que matar malos. Si no se anima, me llama.


Over.

PD: Amit, después de la tercera y última parte, escucho quejas. A ver si me mandás un poco de guefilte fish!

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