Una habitación vacía llena de tiempo vacío. Si se tiene en mente esa imagen, nos vamos entendiendo. Una habitación vacía llena de amor prefrabricado. Seguimos. No importa quién soy sino quién me cuento que soy. Eso lo decía Andrea Fuentes, la chilena en Barcelona. Lo que no dijo es que tú eres quién yo me cuento que eres. Parece lo mismo pero nada que ver. Absolutamente nada que ver.
Escribo mi cuento y lo actúo o lo vivo, me voy relatando mis pasos. Pero tú no actúas, tú eres el cuento que te cuentas, y yo sobrescribo ese texto, lo desprecio o lo desconozco, lo mismo da. Es difícil vivir como se piensa. Pero cuánta tinta debo producir para despintarte todo el tiempo, hacer que colapsen todos los colores, y empuñar el lápiz falso.
Soy el que me cuento que soy y te cuento en mis pasos para no perderme. Pero ya estoy perdido. Te oculto, callo tu sombra, oigo cosas que no dices, escribo en tu boca palabras que no amas. Dice la frase mal traducida: “La ley del miedo es más estricta que todo el Common Law, y se le hace muchísimo más caso”. Pero el miedo no es sólo el grito intempestivo en medio de la oscuridad, el vértigo que zozobra al movimiento o el encierro físico. El miedo es, también, el polen de cobardía que hace germinar falsas realidades ante nosotros. El miedo a contarnos el cuento que les contamos a otros. El miedo a escuchar el cuento que te cuentas. El miedo a que un día nos cansemos del ejercicio de reescribir toda tu vida, segundo a segundo, llenando de tiempo vacío toda la habitación vacía. ¿Queda claro?
Over.
1 comentario:
Estimado Hernán si me pase su direccion de correo le envio 2 humildes temitas.
buona fortuna, siempre.
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