domingo, 27 de abril de 2008

Esta vez.

Nanu está sentada frente a mí, como perdida y sin decir nada. Yo sé lo que va a pasar. Le voy a preguntar qué le pasa y ella me va a decir que no le pasa nada y yo le voy a decir que no le creo y después de cuatro o cinco veces me va decir que sí, que le pasa algo. Esta vez me lo dice. Siempre supe que ese momento llegaría, que alguna vez se lo preguntaría y me lo diría de una buena vez. Quiero creer que no me lo ha dicho. En algunos minutos llegan Lali y Tetén. Lali es amigo de Nanu desde hace no sé cuántos años y yo no lo puedo soportar desde hace no sé cuántos años. Mi odio no es deliberado, nada de eso, tendrían que verlo con esa sonrisa tan lejos de la felicidad del humor, esa ropa siempre a la moda, esa catarata de palabras del estilo: “sustentabilidad”, “paupérrimo”, “incidencia social”, “fines lóbregos, oscuros, delictuosos”, “obscenidad patrimonial”, “patria sindical” y demás términos con los que abre, compone y cierra cualquier conversación de política para escuchar el amplio y perfecto silencio con el que se las contesto. Nanu sabe que lo hago a propósito, que lo hago con la única intención de mostrar mi rivalidad. Tiene razón. Tetén lo defiende, se monta a su carrera, se alía con Nanu. Es decir, quedo involuntariamente en el bando unipersonal que encima no da batalla.

Ni hablar de cuando abre el espectáculo de sus viajes. Claro, de la atención en los hoteles, de las incomodidades de los aviones, de los paseos turísticos. Eso, turista, una de las palabras más feas. Y Tetén que lo mira y dice a todo que sí. Se lo pregunté a Nanu, claro que se lo pregunté, y ella me dice que los años, que tanto tiempo juntos desde chicos. Es como una justificación que yo no termino de entender. Pero lo peor es cuando habla de literatura porque sabe que a Nanu y a mí nos gusta. Ahora que lo pienso, eso es lo que más voy a extrañar, sí. Bueno, el tema es que Lali lee un libro y cree que eso es gran cosa, que leer es gran cosa. No es eso, ¿no? Esta vez fue increíble. Hablaba del libro de Salinger. Decía: “¿Cómo puede interesarle a un chico dónde van los patos en invierno? Esa parte es ridícula. ¿Quién se puede creer que a alguien le puede preocupar semejante cosa? ” Y yo, mientras lo miraba, pensaba que esa era una de las mejores partes del libro. “Yo me quedé con esa pregunta, ese tipo de preguntas “importantes”, a mí también me encantó, amor.” Y después nos acostábamos, Nanu contra la pared, al principio juntos hasta que teníamos sueño de en serio. Nos dormíamos. Tetén empieza a bostezar y Lali dice que se van, que la comida ha estado riquísima. Me arrepiento de no haberle dicho a Lali todas y cada una de las cosas que pensaba de él. Sé que puede ser mi última oportunidad. No lo hago. La puerta se cierra y queda ese vacío, ese incómodo silencio.

Nanu empieza a llevar los platos a la cocina. La miro y no la miro, como ella a mí. Voy hasta la cocina y la abrazo. Empiezo a acariciarle los labios con los dedos. Con la otra mano le recorro el cuerpo. Todo el cuerpo. Siento su respiración, algo que realmente me gusta. Vamos hasta el dormitorio y todo lo que pasa parece que nunca hubiera pasado, como si mis manos no conocieran su cuerpo ni las de ella, el mío. O lo otro, claro. Después Nanu enciende un cigarrillo y lo compartimos. “Ahora vuelvo”, dice. Al principio es como si nada, termino el cigarrillo y lo retuerzo en el cenicero. Pero Nanu está como perdida, y yo sé que le voy a preguntar qué le pasa y ella me va a decir que nada hasta que después de algunas veces me lo dirá. De eso me doy cuenta, de que me lo dirá. De una vez por todas me lo dirá.

- Te traje un poco de torta - dice Nanu.

- Sacale la cereza, no me gusta, ¿la querés vos?


Over.

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