Llegó Germán y se sentó en el banco de al lado. La clase ya había empezado. Hablaban de Parménides, del famoso poema. Nadie le prestaba atención. Germán me miró y me dijo algo que no escuché bien. Le pedí que me lo repitiera. “Si creés que podés, tenés razón; si creés que no, también”. Después ensayó una tímida sonrisa que intentaba cuestionar mi parecer. Lo miré y le dije que me parecía un lindo juego de palabras. Se le borró la sonrisa. Insinuó que no la había entendido, que la frase era exacta, brutalmente exacta. Allí quedó. Uno o dos años más tarde nos encontramos en un bar de la calle Corrientes. Yo había llegado bastante más temprano y me había comprado América, de Kafka, en un volumen que incluía algunos relatos breves. Cuando Llegó Germán le dije que había leído un relato que se llamaba “Ante
Over.
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