jueves, 17 de abril de 2008

Lo mismo, también.


Llegó Germán y se sentó en el banco de al lado. La clase ya había empezado. Hablaban de Parménides, del famoso poema. Nadie le prestaba atención. Germán me miró y me dijo algo que no escuché bien. Le pedí que me lo repitiera. “Si creés que podés, tenés razón; si creés que no, también”. Después ensayó una tímida sonrisa que intentaba cuestionar mi parecer. Lo miré y le dije que me parecía un lindo juego de palabras. Se le borró la sonrisa. Insinuó que no la había entendido, que la frase era exacta, brutalmente exacta. Allí quedó. Uno o dos años más tarde nos encontramos en un bar de la calle Corrientes. Yo había llegado bastante más temprano y me había comprado América, de Kafka, en un volumen que incluía algunos relatos breves. Cuando Llegó Germán le dije que había leído un relato que se llamaba “Ante la Ley”, que me había parecido excelente y que guardaba cierta semejanza con el poema Sobre la Naturaleza, de Parménides. No dijo nada. Enseguida, casi mecánicamente, le recordé la frase que me había dicho. Le dije que la había entendido. Le costó recordarla. Cuando lo hizo imitó la misma sonrisa de aquella vez. No hablamos más del tema. Creo que le restó importancia. Yo no.


Over.

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