viernes, 11 de abril de 2008

Pozo negro

El calamar inscribe una danza de tintas
La tinta es un silencio
El mar lleva su palabra
Los peces callan el grito
o gritan
pero el mundo sólo mira sus ojos
Extrañamente abiertos, siempre.
Dicho con otras palabras:
No cierras tus ojos,
Cierras mi vida.




Ataque nietzcheano o con qué facilidad se complica todo.


Entonces hay que destruir la cosa amada, sustituirla por la insignificancia de la ausencia. Rebajarla al olvido. Pero nada de completar agujeritos!; menos aun dejar que se imponga una posibilidad de ese objeto del deseo. Porque detrás del espacio rellenado siempre subyace el molde, y esa falsa nada que se tapa termina siempre mostrando los bordes, algo sobresale y molesta. La cosa amada va más allá de los cuerpos, trasciende esa necesidad física, se transforma en un inmanejable perfume que nos va llevando de las narices hacia donde quiere. Volvemos siempre al mismo sitio y exigimos el mismo discurso, un discurso que se apaga apenas termina. ¿Me querés? Qué importa tu sí o tu no, volveré a preguntar, porque estoy perdido y no me sirve lo que me decís, no te estoy preguntando nada, estoy confirmando mi insatisfacción. Hay que soltarse de la cosa amada para poder reconocerla de nuevo, quemarse y salir corriendo. A veces se necesita un poco de voluntad y suerte, pero a decir verdad, lo más probable es que lleve toda la vida. Mientras, vamos a negar el agujero, lo vamos a cubrir con telarañas y sexo, con la esperanza de que algo cambie sin nuestra intervención. Juraremos que la ceguera es falta de luz, una densa tiniebla que ya se abrirá.


Over.



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