miércoles, 2 de abril de 2008

Zama, Saer, life goes on.


No es casual ni extraño que Saer alabe tanto a Antonio Di Benedetto. Menos casual y extraño es que Borges no exprese la misma simpatía.

A ver, Zama es una de las grandes novelas del siglo XX, no hay duda, y esa valía cuenta tanto para Hispanoamérica como para todo el mundo de las letras. Pero ahí está, reservada para el encuentro casi fortuito de millones de lectores que se preguntan el por qué de su ausencia en el discurso general de la literatura moderna.

Bueno, tampoco es difícil acertar una razón: Zama no es una novela que apunte al gran público ya sea desde su argumento o bien a partir de su original escritura. Pensemos en la música: I get a long without you very well jamás va a competir en difusión o cantidad de oyentes con lo tres minutos de Ob-La-Di Ob-La-Da., ¿se entiende? De ahí que Saer se equivoca al no comprender que Zama no es que sea relegada, sino más bien que es un regalo demasiado hermoso como para ser alabado por una mayoría de “lectores-compradores”.

La belleza es demasiado importante como para no vulgarizarla, y es en esa ilusión donde conseguimos seguir adelante cuando las paredes de la angustia nos enrostran su eficacia. Es otra de las ilusiones necesarias para no empezar con la idea de la 22.

El mismo Saer corre con la suerte de Di Benedetto; aunque patalee (pataleara) porque su obra no le llega ni a los talones de las ventas del "conejo brasilero", su literatura es inmensa y nunca venderá demasiado, por la simple ecuación de que la calidad de algo no es únicamente reconocida por el supuesto éxito de venta que tenga el objeto o idea en cuestión. A veces se dan la mano, y a veces no, finito.

Pero vuelvo a Zama, y lo que en su época pudo estigmatizarse como “literatura experimental”, hoy en día no es más que un rasgo de estilo. Se sabe que la vanguardia muere al otro día, siempre. La novela no es experimental y menos aun su escritura, sólo que no era el modo más clásico de narrar, con las oraciones cortas alternando las largas, metábasis, pronombres enclíticos, cierto aroma a Quevedo, reiteraciones, y hasta líneas que hay que volver a leer. Algo de Grombowicz, pero no. Algo de Quevedo, pero no. Quizás un lejanísimo Faulkner, pero tampoco. Una de las cualidades de Zama es que sólo pudo ser escrita por Di Benedetto, y que ya nadie podrá hacerlo igual.

Regreso al comienzo de la novela, con ese mono muerto a la deriva, trabado su cadáver en un muelle sin sentido, y la existencia de peces que luchan por no ser expulsados del agua y a la vez deben conseguir su alimento. Ingeniería literaria y poder poético sin precedentes. Un personaje que nos hace transpirar, pensar, adelantarnos, frenar. El amor que engañosamente parece estar anclado en el siglo XVIII, en las colonias españolas en América de aquellos años. No, la historia es clásica, y perfecta. Y cuando creemos que la acción va a tomar impulso, Don Diego de Zama cavila y reflexiona, y uno sonríe, como sonríe con Borges, porque acaba de incorporar un trozo de divinidad al espíritu.


Pd. Fui advertido rigurosamente por Francois quien endiosa a Saer. Me pidió que no ensucie el blog, y menos aún que intente hacerme el original con ocurrencias polémicas. Con la segura reprimenda de mi amgio que sigue en el frente, digo lo que digo, pensándolo: Saer es la versión pop de Di Benedetto. Ya está, lo dije. Finito


Over.




1 comentario:

Gabriel Rosales dijo...

Genial! (Sobre todo el cierre del post)