El nuevo camino se acercaba un poco más, pero aun así, andando a buen ritmo, no se tardaba menos de treinta minutos en llegar al faro. Ricard pensó que sería una buena oportunidad para David, que lo escuchó con recelo pero aceptó, quizás como hubiera aceptado cualquier cosa. David bajaba una vez cada quince días al pueblo, generalmente para comprar comida, algún que otro elemento para el faro, y muy rara vez tomaba un café en el bar de la plaza. Después de un año, Ricard volvió al faro. David lo saludó con cierta distancia y los dos subieron los trescientos cuarenta y dos escalones de la inevitable escalera caracol. Una vez en la parte superior, David se sentó en uno de los tres sillones que había en el lugar y se quedó frenado frente a los ventanales que daban al mar. Ricard, parado, con la cabeza baja, le preguntó: “¿Alguna novedad, David?”. David, sin darse vuelta y con una tenue sonrisa entre los labios, le contestó:”No, Ricard, aun no he conseguido olvidar nada”.
Over.
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