Crece en mí una fotografía elemental tomada en cualquier tiempo, a cualquier hora, gris y cálida a la vez. Un Buenos Aires tenaz y cascabel, asomado a mí, pena de mi sombra, me define. Pero mis ojos se abren lejos, se untan de otra mañana hace más de un año, se dejan acariciar por el mediterráneo y se astillan cuando la noche es permeable al recuerdo, ese trozo de hoy que nos vive. Y crece en mí la fotografía, espejo frenado, de un inamovible gesto de paz. Una bruma me sobrevuela a estas altas horas y me descansa. Me sobrevuela porque sube y se apacigua en una movilidad detenida, y me descansa porque Buenos Aires está cerca, porque me vuelve a correr en las venas, porque vuelvo a esa tierra arrasada de la que tantos se quieren ir.
Estoy viviendo un tiempo bueno, caóticamente bueno, lleno de acentos y culturas. Miro atrás y mido el año y algo que me separa de mis calles, y me equivoco, porque en realidad surge como una unión, inefable, pero unión al fin. Sé que te fuiste y no sé si seguís fuera, pero sé que entendés lo que significa el adentro y el afuera. A mí me pasó un lindo torbellino, que me hizo entrecerrar los ojos varias veces. Como diapositivas intensas, muchas cosas han pedido filtro y guarda (y guarida). Recuerdo casi todo con una indolencia hermosa, como si un velo de belleza les hubiera dictado una estación protegida.
Pensé en vos por Cortázar porque es también una foto con un gato y miles de días anteriores sin que esa foto llegara a la pared, y otra vez la foto de la divina inocencia, la divina y real infancia como remanida patria, la crueldad como palabra imposible. Advierto en mí una nostalgia duplicada, en el tiempo y en el espacio. Siempre creí que la memoria sólo guarda imágenes sin sonido, mudas reivindicaciones parciales que nos permiten una caricia lejana. Te recuerdo y ya me sonrío, asociándote a inocentes años de descubrimiento. Trabajo en una escuela, otra vez, con niños, y es como si todo me propusiera un círculo, una necesidad de hacer paces, un encuentro casual en el que el azar no tiene tanto que decir. La vida siguió como siguen las cosas que sí tienen sentido, y me entristece asumir que lo que veía como posibilidad cierta terminó naciendo.
Adelante, todo el tiempo esa palabra, vamos, adelante, pelear, y me río. Río que es el tiempo y el que divide. Río que nos lleva y al final somos nosotros, también. Se unen las piezas y se cuelga el cuadrito, ¿no? Puzzle apagado por su muerte que es el comienzo de la imagen total. Llegamos a imagen, vos y yo. Vos seguís y yo sigo. Te imagino hablando otra lengua, no sé, fumando nerviosa, leyendo, juntando palabritas, feliz. Yo me veo así, sin lo de la otra lengua, claro. Sigo juntando palabras, sí, y a veces pienso. Meto las manos en los bolsillos y juego a las nubes, a ver barcos en el cielo, la luna que entrelaza. Es raro estar en paz, eso, que uno se siente en un café y el cigarrillo se vaya perdiendo y el café no se apura. Me cuento cosas, muchas veces, me cuento a mí mismo, me explico, me veo presa de un viento exquisito que hace que todo siga y me duerma. Geografía loca y fe que se cega y hay que creer en algo, en alguna mueca, en algo. Títeres de imanes, pegatina mágica que une sin ver, los hilos que no ven Y sí, veo que lo peor es el terror de saber que lo falaz fue verdad, y sin embargo, creer taxativamente en cada cosa escuchada, en los anuncios del tiempo como espejo, como inútil corrupción de los años, y corroborar que el animal herido se aferra a sus convicciones o hiere, una de dos. A la hora en que sale la banda, en la espera larga, cuando algo cobra sentido y los pormenores lejanos nos ligan sin más. Hay algo que pulsa, que te pulsa, lo sabés, en los pasadizos del comienzo, una luz, sólo una luz, allá, allá bien atrás, te salva de estrellarte. Te enseñan a morir, eso sí, y después que dios te ayude. Pero sabés, no me creo que no haya empezado antes, que hay como escenas que vienen desde antes de nacer, pero me pasan a mí, el mundo me pasa a mí. Yo qué sé.
Puto nihilismo. Todo este ninguneo, este niñeser, este corazón caracol que acata cenizas. Quisiera escribir cualquier otra cosa, de otra manera, pero sé que la vena se tensa igual. Qué sombra, corazón, que sombra resistente de años y vidrios y sirenas y tanta palabra guardada para siempre, como los días de esos años, y nadie, absolutamente nadie entenderá, nada, no lo tienen ni lo tendrán. Qué lo tiró, y encima andamos exiliados, uno del otro, desconocidos, qué poco final. No. Qué exilio precoz. Escribirle a alguien que no está es, por lo menos, vértigo, una danza de hojas secas en la piscina vacía, pero si la ausencia es palabras, otra cosa, al menos, como que la gente que puebla mi soledad se las rebusca en declararse viva, y si no, qué va ´ser, si las “esperanzas están en los escarbadientes”, y el sacamuelas obliga.... Las manos tocan las teclas y no las detengo. Aquiescencia con un guiño de voluntad, seguro. Pasa el tiempo, vuelve la felicidad y quedan los talismanes a cualquier hora, para siempre. O quizás nada de lo que digo y sólo digo hola, che, ¿seguís viajando también? ¿seguís juntando palabras?
Over.
PD: Amit dice que hubo respuesta. Pero Amit es un caballero, señores.
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