Fui a una escuela católica, con curas, sotanas, actos de contrición, pedidos de perdón y todos los ingredientes. Si los niños están protegidos por ley por cuestiones de abusos sexuales, psicológicos, etc., yo creo que deberían estar protegidos de escuelas católicas donde se les enseñan supuestas verdades que ellos no pueden manejar. La pornografía, el alcohol, el trabajo y la religión son cosas de grandes, ellos no tienen la culpa.
Recuerdo tener once o doce años e imaginar lo siguiente:
Llega el día del juicio final, que según mis conjeturas, tendría lugar en un inmenso estadio con un ringside en el medio. El cuadrilátero sería el único sitio iluminado donde estaría Jesús y daría su veredicto. Alrededor del ring nos agolpábamos todos los hombres y mujeres a la espera de nuestro destino. Y aquí venía lo mejor. Aparecía un tipo en medio del ring y nos decía que dios no existe, que no hay ni cielo ni infierno y que no hay nada conocido como salvación o purgatorio. Mágicamente, a mi lado estaban los curas de mi colegio y yo, burlón, los miraba preguntándoles qué hacer, y veía sus caras incrédulas, sin saber qué decir, avergonzados. Avergonzados.
Todo esto no lo soñaba, me lo imaginaba bien despierto. Me alegro por seguir llevando la imagen dentro mío. Hay que estar orgulloso de ciertas cosas, che.
Over.
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