En el nanocosmos que nos envuelve, virgen casi de censos y estudios, se desbaratan sin reparos miles de causas a las que oscura e ignorantemente llamamos azar, destino o milagro. Algo se cae o se detiene, el antibiótico llega a tiempo o es inútil, la palabra moviliza o deteriora, y de repente algo que inexorablemente debe cesar, continúa. Es tan precario aún nuestro conocimiento que no sé cómo acaso nos atrevemos a hablar de dioses o Mesías. No me preguntes, ok, no te pregunto, pero los atajos entre la nada y el puede ser, no te solucionan el camino, eso lo tengo muy clarito. Lo que pasas es que cuando me imagino al mundo hace cien años, y lo veo tan pobre e ignorante, no me alegro de mi actualidad. El pensamiento rebota cien años hacia delante. Y vuelve en desasosiego. Por eso quedan la literatura, la música y tus manos. Eso sobrevive porque en el nanocosmos van por fuera del tiempo, y ahí se embromó todo. Dejá, no me sigas el apunte, hace frío y ya no fumo.
Over.
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