Mis ojos leen la epístola que ya hace mil seiscientos años leyeron los ojos de Pamaquio. San Jerónimo se la había enviado anunciando que: “(...) No traduzco palabra por palabra, sino sentido por sentido”[1]. Agrega Julio Cortázar, muchísimos años después: “La traducción quizá no es correcta, aunque sí perfectamente justa, como suele y debe suceder en las buenas traducciones”[2] . En este caso, “justa” y “sentido” convienen una sinonimia específica. Y así, el traductor debe ser un puente que nos ayude a cruzar, sí, pero que no nos impida volver, que no nos arroje al otro lado del río sin más que su palabra fiel.
Ahora bien, es sabido que al traductor se lo asocia con la traición, con el peligroso poder de conocer ambos lados de la baraja. ¿Qué hacer, entonces? Difícil cuestión la de desenmascarar al holgazán o premeditado tahúr, por un lado, y la de vindicar al laborioso y tenaz revelador, por el otro. Difícil, he dicho, pero el intento no agota una imposibilidad. Exempli gratia, veamos.
Raymond Carver (1939 – 1988), que nos fascina con sus cuentos más que con su poesía, publica, en 1981, el libro: What we talk about when we talk about love. Bien, en la edición de Anagrama se traduce como: De qué hablamos cuando hablamos de amor. Aquí no es fácil saber quién es responsable por la traducción del título - el traductor, en este caso, sólo sugiere-. Lo cierto es que en inglés no hay tal pregunta como en castellano. Es una clara afirmación, sin auxiliar y sin signo de interrogación. La pregunta suena a ironía, mientras que la afirmación es una sentencia clara. El autor no nos traslada duda alguna, él lo sabe, y es la traducción la que cambia el sentido. Lo justo, en este caso, hubiera sido: De lo que hablamos cuando hablamos de amor. ¿Fines comerciales? Sí, lo más probable, pero el sentido no debería cambiar.
Ahora veamos un caso de mayor dificultad, en la que el traductor busca el olvido mediante la equivalencia o la explicación.
Lewis Carroll publica en 1872 las maravillosas aventuras de Alicia[3]. Lógico y matemático, no deja de jugar con la gramática y el lenguaje en toda la historia, y logra uno de esos libros que cambian con los años del lector. Lo cierto es que en el capítulo III, el Ratón está hablando y dice al final: “... the patriotic archbishop of Northumbria, found it advisable”[4]. Ese “it”, aunque no lo parezca, se transforma en un dolor de cabeza a la hora de traducirlo, ya que el Pato, que lo interrumpe, le pregunta “Found what?”, y el ratón contesta: “It”. ¿Dónde está el juego de palabras? Trataré de explicarlo.
El Ratón está hablando de Guillermo el Conquistador, de cómo el pueblo inglés lo aceptó para que terminara con las guerras y las humillaciones. Luego, Edwin y Morcar también se ponen de su lado, y es ahí cuando el arzobispo de Canterbury “lo encuentra oportuno”. Vemos que “it” se tradujo como “lo”. Está bien, pero debemos apuntar que la estructura en inglés abre una ambigüedad que en castellano no se aprecia. “It” funciona, en este caso, como objeto directo, sin embargo, se usa la misma palabra como pronombre personal de cosas y animales. A modo de ejemplo, diríamos: Where is the cat? It is over there[5]. En este caso, “it” funciona como “gato”. Aquí empieza el juego. El Pato pregunta: “¿Qué encontró el arzobispo?” y el Ratón le responde: “it”, extrañado, preguntándole si no sabe lo que significa. El Pato, con singular lógica, le dice que sí, que lo entiende, pero él usa “it” para cosas o animales, como por ejemplo “rana” o “gusano”. El Pato no está equivocado, simplemente, como si fuera un alumno que está aprendiendo inglés, hace una reflexión por desconocimiento de la gramática más profunda. Carroll juega con la lengua de manera brillante. Ahora, ¿cómo hace el traductor para comunicar la lucidez? Veamos.
Las ediciones de Alianza y Anaya, que comparten traductor, lo traducen como: “...encontrando-lo oportuno”. A lo que el Pato pregunta: “¿Encontrando qué?”, y el Ratón dispara un extraño: “Lo”. No hay caso, el juego no se entiende del todo y aunque advertimos que hay algo raro, no lo llegamos a comprender. En la edición de Cátedra, el traductor nos da un aviso más fuerte, haciendo decir al ratón: “...encontró«lo»”. Es claro que el pronombre enclítico, así de marcado, nos frena. El diálogo sigue igual, pero el traductor incluye una nota al pie e intenta explicar el juego antedicho. Debe decirse que la intención es buena pero no encuentra el éxito. A quien no conoce el idioma inglés, aún le sigue faltando algo. ¿Qué hacer, entonces? Opino que la nota es imprescindible en este caso, pero que no es el traductor, casi siempre, el que pone el límite. Hay reglas de espacio, por un lado, y el hecho de que la lectura se trabe en desmedida.
Quien escribe estas líneas, al igual que la mayoría de los mortales, sólo podemos anhelar la comprensión profunda de uno o dos idiomas, por lo que, sería oportuno que las editoriales permitan que el traductor acompañe ciertas obras con un comentario profundo sobre su labor. Que yo sepa, no hay ediciones del libro de Carroll que nos otorgue esta posibilidad.
Sólo dos ejemplos de los vastas muestras posibles. Pero hablábamos de la traducción. Bien. Si saber es recordar y pensar es olvidar diferencias[6], entonces traducir es comprender. Y si bien el traductor debe encontrar nuestra confianza, el lector, digámoslo, no está libre de responsabilidad.
[1]
[2] Salvo el Crepúsculo – Julio Cortázar – Editorial Alfaguara - 1984
[3] Es decir: Las Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas
[4] La traducción sería: “...el patriótico arzobispo de Northumbria lo encontró oportuno”.
[5] ¿Dónde está el gato? (Éste) está allí.
[6] En “Funes el Memorioso”, del libro Ficciones, de Jorge Luis Borges – Editorial Emecé - 1956
1 comentario:
ESTO ES LA MINA DE ORO PARA MI
GENIAL
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