viernes, 23 de mayo de 2008

Baja el sol

Ahora, el sol suburbano es una tímida línea que no alcanza tu rostro. Ves ahí, detrás de la ventana, la bruma que sube en forma de gotitas que se pegan al vidrio. Hace tiempo que sospechás que la oscuridad tiene dientes torpes. La tristeza llegó a tus ojos y el día se desarma en horas vencidas. No querés oír lo que pensás porque te da miedo entender, porque sabés que siempre te respondés lo mismo y que ese túnel te devuelve a la pregunta y de ahí a la respuesta y al mareo otra vez. Escuchar tangos es otra forma de esa repetición, una línea paralela que pone en duda todo límite. Va sonando: “...con el gesto de quien se ha muerto mucho”. Lo escuchás y ya no pensás que detrás de tanta muerte viene cierta resurrección, es como si al volver dejaras una parte para siempre. “No deberías haber vuelto”, te dicen y vos entendés que están equivocados, que en realidad nunca volviste y que por ahí pasa todo. Y ahora, mientras tus ojos no ven en la penumbra, mientras te alcanza la telaraña de lo que fuiste, mientras la cicatriz de una herida incierta te propone un pacto, justo en ese momento recibís la carta. Te gustaría tanto no entenderla, que hubiese cierta aproximación a una esperanza vedada. No te llega nada de eso. Es claro.

Estoy sólo y hoy a la noche me van a matar. Me siento sólo aunque miles de hombres y mujeres encuentren en mi nombre el mismo significado que en coraje, valentía, honestidad. Me siento sólo porque llueve y escucho los golpes de las gotas sobre las hojas de esta selva inmemorial. Sé que hoy a la noche terminarán mis días. Sé que habrá una emboscada, y no puedo evitarla, no puedo salvarme hoy. Mi lucha cobra sentido con mi muerte a manos del tirano. Me río cuando pienso en eso. He peleado tanto por mi pellejo, tanto desde aquel día en que nos reunimos por primera vez. Ahora creo que a esos hombres los movía el hambre y no la justicia. Yo hablaba de derechos, de reivindicaciones, de tierras robadas, pero sólo a unos pocos se le encendían los ojos. Yo venía de la universidad, de viajes ridículos, agobiado por una sociedad que hablaba de igualdad en las mesas de los restaurantes más refinados. Eso era todo una mierda de la que yo también me alimentaba. Y hoy, así nomás, me van a matar. Espero que todo siga, que se demuestre que el perro muere pero la rabia sigue bien viva.

Me tienen miedo, lo sé, saben que organizo la furia, y por fin se deciden a borrarme. Yo también tengo miedo, pero no por estos rufianes chapuceros que sólo les divierte mostrarle su poder a las esposas gordas y feas que tienen. Envalentonarse frente a prostitutas que sólo quieren el dinero. Tengo miedo porque la desesperación es una tensión que hay que saberla controlar. Sé que muchos serán comprados. Que antes no lo hicieron porque creían. Hoy me van a matar y debo dejar que lo hagan. Podría quedarme en casa, en esta húmeda habitación que huele a lluvia y coraje. Podría desaparecer un tiempo y no me encontrarían. Pero no, debo encontrarme con el tirano para hablar sobre el pacto. Debo sumarme al show para que después me disparen. Bueno, supongo que serán tiros. En estas últimas horas te escribo a ti, amigo, que te has vuelto, (¿De veras has podido volver?). No te juzgo, ya lo hemos hablado antes, y quizás dudes de lo que escriba ahora, pero hay veces que me surca cierta envidia por las venas. No voy a negarte que al verte ir con la misma sucia ropa con la que llegaste, entre el inmenso odio que acercabas hasta mí, parte del desdén se desteñía en ganas de acompañarte. Pero no. Yo había empezado esto y no podía hacerlo. Sé que dejo organizado todo el sur, como habíamos planeado, y que el norte parece a punto de ceder. Eso me tiene preocupado. Es lo único que me hace dudar. Hoy hablaremos de las tierras altas, de los impuestos y la desmilitarización. Está todo eso de la presión internacional, del mundo que pone los ojos en todo esto y que no pueden dejar de cumplir. Amigo, debo decirte que no creo en nada. Sí, ya sé que fui yo el que te convenció de que no era así, pero a nadie le importa nada, me van a matar y yo muero así, seco, triste y abatido. No porque la lucha no haya servido de nada, no es eso. Siento que llegamos hasta donde quieren que lleguemos. Quizás borrarnos a todos con una bomba signifique menos dinero, simplemente eso. La gente está bien anestesiada con el comfort, las cuotas para todo, esa inservible clase media que gobierna porque es dócil y fácilmente gobernable, entiendes, les ponen la zanahoria cada vez más cerca y ahí van, tan idiotas parecen. Por otro lado están los intelectuales que tienen profundos fundamentos para todo. Es que estudian para eso, para que la culpa no los levante a la noche y les exprima el cuello. Su “lucha” es desde la palabra, y hablan de mí, de mi ideología, pero qué ideología, hace más de quince años que no pienso en nada, que voy cuidándome el culo cada dos pasos. Estoy pensando en el mundo, en todas esas hojas llenas de sangre falsa. Yo vi morir, aquí, en medio de mis brazos, hombres y mujeres que peleaban por un pan menos duro, eso sólo. Amigo, me van a matar esta noche, y como te dije antes, siento que es la única manera de saber si esto sigue. ¿Me preguntas en qué pienso? Bien, te lo diré. Estoy solo y eso me descompone. Me gustaría despedir a alguien. Siento sus manos aún, calientes sobre mi rostro mientras se apagaba. Cuando la conocí pensábamos en comprar una casa barata en el campo. Ella escribía bien, ¿no? Tú la recuerdas bien, te gustaban los poemas. Eso de: “dejar que el sol descanse y no asustarlo”, decía algo así, creo, que en el campo uno no asusta al sol, qué hermoso. Me va a matar la misma mano que la mató a ella. No siento que nos haya ganado. Es lo que te dije, es la única manera de saber qué será de todo esto. A mí me llegan otras imágenes. El día que la conocí en la playa, mientras hablaba del fuego, tiritando, yo ya la quería, te lo juro. Sigue lloviendo y no para, me voy con esta agua eterna, y te dejo estas palabras que ojalá lleguen a tus ojos. Adiós amigo, espero que no me duela, que sea rápido, ¿y a ti?, ¿A ti te duele algo?”

En el campo no se asusta al sol”. Estás en la ciudad, llena de letreros que indican todo. Quién se puede perder en tu ciudad. Vas hasta la ventana y te parece escuchar la descarga. Tenés la parca sensación de que nunca dejarás de escucharla. Todos los días, y el sol no tendrá descanso. ¿A ti te duele algo?


Over.

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