jueves, 29 de mayo de 2008

Plusvalía, sección áurea y todo muy mezclado. O no


Con ustedes, el número áureo:




\varphi = \frac{1 + \sqrt{5}}{2} \approx 1,618033988\,749\,894\,848\,204\, 586\,834\,365\,638\ ...


¿No le gusta? Le ofrezco lo siguiente, un perfecto rectángulo áureo:


Y como si esto fuera poco, Vincent al ataque, respetando el número de arriba:



Ahora, al ring.


Es fama que Karl Marx es el responsable de una concentración de teorías socioeconómicas que terminaron revolucionando políticamente al mundo. Digo “concentró” porque como casi todo gran filósofo o pensador, tuvo el talento de agrupar ideas dispersas y unirlas en un corpus sistematizado, más que descubrir una nueva interpretación de la realidad o del mundo. Bueno, de Platón para acá, digamos que todo el mundo hizo eso. Ok, en cuanto a Marx, uno de los conceptos que más gloria le ha deparado es el de plusvalía.

Aunque más sofisticada y profunda, podemos decir que la plusvalía es la diferencia de dinero que el empleado le deja al empleador sin poder recibir nada a cambio por esa suma. Si yo tengo un empleado al que le pago 100 pesos por ocho horas diarias durante veinte días al mes, y la ganancia de su producción resulta en 5000 pesos, deducimos que el empleador está ganando mucho dinero, o puesto de otro modo, el empleado está perdiendo como en la guerra. (por interpretar esto último, y por mucho menos, se cargaron a cientos de miles de seres humanos. Los tiempos cambiaron. O no.)

La teoría es mucho más larga y profunda. Mi intención es poder conectar el concepto de plusvalía con la zona o sección áurea y que todo quede lindo. A ver.

Cuando el producto de las tareas de un empleado no redunda en dinero ni ganancias, el concepto de plusvalía necesita una modificación. ¡Ejemplos! Bueno, pensemos en una persona cuyo trabajo consiste en pintar interiores de casas o bien mantener la limpieza de una escuela. Como es evidente, no hay una ganancia directa a partir de su trabajo. Aquí entra en juego el concepto de “comfort” o “placer”. Me da placer tener bien pintada de un cierto color mi casa, o entrar al aula y poder estudiar en un lugar limpio. ¿Cuánto vale ese placer? En el vaivén de la respuesta, trataré de insertar el concepto de “áureo”

Empiezo por este lado. La noción de lo áureo comenzó con Euclides y se ejemplificó en la geometría y la matemática. Para simplificar, existe un famoso número áureo que aplicado a la geometría nos da como resultado un “objeto” que aspira a la perfección. Se supone que esa representación, provocaría en nuestras emociones un preciso placer al contemplarla. Dada esta proporción, es en la pintura donde más se utiliza esta noción, y se presume que toda obra que se ajuste a la idea, termina por ser admirable.

Esto último no es tan así, y en lo que a mí respecta, hay un olor a fórmula mágica menos aplicable a la realidad que a la alquimia.

De todos modos, no deja de ser apasionante el estudio de esta particularidad. Ahora bien, y aquí viene lo arriesgado: Cómo demonios uno la plusvalía con la sección áurea. Pues bien, en mi involuntaria actividad sináptica, ambas ideas se mezclaron de tal modo que me hicieron afirmar que la relación entre un objeto, una tarea o una decisión con el costo, la ganancia o trabajo que implica, no obedece a arquetipo alguno. Hay en las emociones y en el principio de placer, un concepto inmensurable, intraansferible y fuera de toda posibilidad de tasación.

Cuando una persona accede a una propuesta, se ponen en juego demasiadas cuestiones como para esquematizarlas. Eso me lleva a un ejemplo más que burdo: Si en lugar de ahorrar una cantidad de dinero en un determinado tiempo, opto por comprarme una moto que gasta demasiado y anda lento, cuál es la fórmula que comprueba el error. Cuál es la vara que mide la postergación de un deseo para conseguir un resultado “mejor”, y cuál la que mide que la perentoriedad del cumplimiento no termina por revocar ese razonamiento. Cómo se mide estar bien o sentir el placer hoy a expensas de mañana o postergarlo con arreglo a lo que vendrá. Cómo se mide la lectura de un libro hoy, mañana o dentro de un mes.

Hay un entramado de culpas y balances que obnubilan nuestras decisiones. La Banca, la tele y la vecina del 4º “C” son ingredientes peligrosos a la hora de pegar el portazo. Hasta que llega el final de la película y cuando empiezan a subir los títulos nos damos cuenta de que las toxinas de la estafa ya envenenaron nuestra ilusión.

O algo así.



Over.


Pd: Uff!

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