sábado, 17 de mayo de 2008

Palabras, paraules, paroles...¿mots?¿words?



En cuanto al lenguaje, yo tengo una mirada leibniziana, si se quiere, aunque redimida de especulaciones filosóficas, si se quiere también. Acordemos que no existen palabras sin letras, así que olvidando la sutileza, podemos afirmar que toda palabra está compuesta por una o más letras, (arrojo este título a la leonera: “La palabra sin letras”). Cuántas palabras pueden existir en la lengua española. No, camaradas, no son infinitas, pero si llegáramos a la cuenta, sería bajísimo el porcentaje necesario para que todo siga andando y yo pueda decir con palabras que me duele la cabeza y gracias a dios que ya existe el ibuprofeno.

Pero volviendo a Leibniz, es mi certeza que de todas las palabras posibles, las que usamos son las mejores. Y no me refiero a una cuestión estética ni etimológica, sino que concibo una idea fonológica, y de elección por impacto auditivo o escrito. A ver, acudamos a la palabra “silla”. Cualquier unión de letras podría significar lo mismo, podríamos convenir que de ahora en más, el objeto “silla” sea simbolizado por la palabra “litra”. Pero no funciona así, y evidentemente, según creo, hay en la unión de la s con la i con la ll y con la a, en el orden conocido, una correspondencia con nuestra mejor elección. De alguna manera, el sonido que conforma la pronunciación de esa palabra, y el impacto visual que provoca su escritura, satisface minuciosamente nuestro deseo de que sea así y no de otro modo, la simbolización del objeto en cuestión.

También bajo mi responsabilidad, estoy persuadido de que los cambios o adaptaciones que se van generando en los idiomas, no son más que la perfectibilidad del vocablo o símbolo elegido. Como si se debatiera en nuestra lengua una mecánica inocencia a la hora de pulir la palabra.

Ivonne Bordelois, no estaría tan de acuerdo con lo último que escribí. Autora de ensayos soberbios, hay dos en particular que juzgo imperdibles. Estos son: “La Palabra Amenazada” y “Etimología de las Pasiones”. Amante de la etimología y parte de ese grupo de forenses de la lengua, más conocidos como lingüistas. En el primero de los libros, la autora nos adentra en el uso de la palabra, en la historia y en la actualidad, e introduciendo el indoeuropeo como “idioma base”, nos alerta sobre los cambio que han sufrido las palabras a través del tiempo. El golpe letal lo da con “familia”, que proviene del latín “famulus”, que oh sorpresa significa “esclavo”. Nos cuenta que en la época romana, la unidad llamada “familia”, tenía menos relación con las cuestiones filiales que con la cantidad de esclavos o sirvientes que esta unidad poseía. Dada la estocada, Bordelois nos hace reflexionar en el cambio preocupante que ha tenido el significado y el modo en que la iglesia católica lo erige como uno de los más sagrados objetivos en la vida de cualquier persona.

A ver, Bordelois es gran conocedora de la teoría psicoanalítica, desde Freud y Lacan sin dejar de pasar por Sabina Spelrein o Jung. Desde esa perspectiva, sus aproximaciones toman un vigor que parece indestructible. Ahora bien, sin hacer juzgamiento alguno sobre tal teoría, yo creo que en la elección de la palabra para el uso colectivo, no hay tal responsabilidad, y que sólo respondemos a una sensación de exactitud cuasi – placentera.

Ya en el segundo libro, la autora se confina al análisis de la pasión desde una representación tanto etimológica como cultural. Menos abarcativo pero más trabajado, este segundo libro la sigue consagrando como una de las más importantes ensayista en materia lingüística que tiene nuestro país.

pAra finalizar, vuelvo al eje princiapl y cito a Robert A. Hall, Jr., graduado como Doctor en Ligüistica en la Universidad de Chicago, quien escribió entre otros libros, Liguistics and Your Language, donde apunta que: El mismo animal es nombrado en inglés como “dog”, en francés como “chien”, en alemán como “hund”, en húngaro como “kutya”, en español como “perro” y en ruso como “sobáka”, y que desde el punto de vista de una lógica pura, no hay combinación alguna entre esas combinaciones de sonidos y el animal “canis faniliaris” al cual se refiere.

De esto último quizás se explique mi tendencia a suscribir a la idea que la palabra elegida por una lengua es la mejor de las posibles. Con el ejemplo antedicho, dog y perro tiene el mismo nivel de perfección, y de haber una lengua única, todos y cada uno de sus hablantes, encontraría el fonema más adecuado con arreglo a una elección libre y desatada de una posición psicoanalítica que sí encuentra y legitima todo su esplendor en el habla y discurso individual.


PD1: Ah, me olvidaba, me saco el sombrero ante Robert Hall quien es el autor de "Una Gramática analítica del idioma Húngaro, libro endiablado cuyo arriesgado autor no debe desconocer las alucinaciones de los posesos. Chico Buarque estaría de acuerdo conmigo, sin dudas.



PD3: Le escribe bichito Pizarnik a Bordelois el 22 de febrero de 1963:

Palabras. Es todo lo que me dieron. Mi herencia. Mi condena. Pedir que la revoquen. ¿Cómo pedirlo? Con palabras.
Las palabras son mi ausencia particular. Como la famosa "muerte propia" en mí hay una ausencia autónoma hecha de lenguaje. No comprendo el lenguaje y es lo único que tengo. Lo tengo, sí, pero no lo soy. (...)
...Este silencio de las palabras es el horror, es el vértigo en el estado más puro.



Over.

3 comentarios:

gasper dijo...

Sí, tenías que publicar el post el 17 de mayo a las 17:17 hrs. Para rematarla: Cap 11 de LOST 4: El avión que trae a los 6 losties de vuelta a casa tiene pintado el número 1717. Cosas de la numerologia q giran el picaporte de una extraña puerta...

Hernán Galli dijo...

1) El 17 es la desgracia...
2) Puta madre, con esto no se jode, me cagaste la semana.

Hernán Galli dijo...

Encima el 17 cumpliste 34, 17 + 17. Esto es demasiado. Ya me estoy persiguiendo. Falta que vaya a Farmacity a comprar un chocolate y un coca zero y me da la depre con todo,jjajjaja