lunes, 19 de mayo de 2008

Siempre Pessoa





De la irregular Lisboa que sube y baja, como Barcelona o la Cumbrecita, me llegan las suaves horas de la tarde, ignorantes de griteríos y música. Malhumoradas caras de los que atienden a esa hora y a cualquiera. El Porco à Alentejana y barrio alto y esa sensación de nostalgia insoluble que el Tejo irradia sin esfuerzo. Eso y el rastro imposible de una noche que se hizo injustamente larga en medio del amor.
Mucho más también, pero ahora todo lo cubre Pessoa, cuatro veces Pessoa. Uno esas calles y su andar detenido en las pocas fotos vistas. Tendría que decir mucho más, escribirlo, fijarlo, anularlo. Me salvan estas líneas de Alberto Caeiro:


Cuando, Lidia, venga nuestro otoño
con el invierno que hay en él, reservemos
Un pensamiento, no para la futura
primavera, que es de otros,
ni para el estío, para el que estaremos muertos,
sino para lo que queda de lo que pasa
el amarillo actual que las hojas viven
y las vuelve diferente.


Lidia, ignoramos. Somos extranjeros
donde quiera que estemos.

Lidia, ignoramos. Somos extranjeros
donde quiera que vivamos. Todo es ajeno
y no habla nuestra lengua.
Construyamos con nosotros mismos el retiro
donde escondernos, tímidos ante el insulto
del tumulto del mundo
¿Qué quiere el amor más que no ser de los demás?
Como un secreto pronunciado entre misterios,
sea sagrado por nuestro.


Over.

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